Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

28 junio, 2022

Un matemático premio Nobel... de Literatura

 

El madrileño José Echegaray y Eizaguirre (1832-1916), premio Nobel de Literatura en el año 1905, aunque es más conocido por este galardón, es desconocido por su faceta más interesante.
En efecto, muy pocos saben que, probablemente, su labor como matemático tuvo una mayor trascendencia científica que su obra literaria, a la que el tiempo ha juzgado implacablemente como ya en su época lo hicieron muchos escritores del 98 y del modernismo. Pregunten por el autor de obras como El gran galeoto y Mancha que limpia y saquen sus propias conclusiones.

Echegaray cultivó el teatro, fue académico de la Española, ocupando la silla “e” entre 1882 y 1916, pero también se dedicó a la política: director de Obras Públicas, Agricultura, Industria y Comercio, ministro de Hacienda, senador vitalicio, presidente del Consejo de Instrucción Pública, director de la Compañía Arrendataria de Tabacos y Timbre, etc.
Echegaray ocupó la presidencia de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, realizó una brillante carrera en la Escuela Especial de Ingenieros de Caminos, ejerció como docente de matemáticas y de física-matemática, y fue el introductor en España de muchas teorías de su especialidad, nacidas en el extranjero, mediante un número importante de publicaciones. Y es que nos dejó escritas las siguientes palabras:
“Las Matemáticas, fueron y son, una de las grandes preocupaciones de mi vida; y si yo hubiera sido rico o lo fuera hoy, si no tuviera que ganar el pan de cada día con el trabajo diario, probablemente me hubiera marchado a una casa de campo muy alegre y confortable y me hubiera dedicado casi exclusivamente al cultivo de las Ciencias Matemáticas”.
Muchos historiadores de la ciencia española han apuntado a diferentes personalidades como responsables del impulso dado a la matemática española de finales del siglo XIX, después de muchos años decadentes: Zoel García de Galdeano, introductor en España de los principales avances que se estaban realizando en la matemática y el matemático español de mayor proyección internacional de su tiempo; Eduardo Torroja, una referencia de la geometría proyectiva sintética;  Buenaventura de los Reyes Prósper, un excelente matemático que, para sorpresa de propios y ajenos, se formó en las ciencias de la naturaleza; y, sobre todos, José Echegaray. Son hombres del siglo XIX, que vivieron muy poco en el XX,  pero que dejaron su huella en él y que de su magisterio, directamente o no, proceden personalidades de gran talla científica.
El polifacético Echegaray no sólo escribe dramas para que las críticas le regalen los oídos, es un hombre que publica en la
Revista de los Progresos de las Ciencias varios artículos que, posteriormente, ven la luz, en 1887, en unas Disertaciones matemáticas sobre la cuadratura del círculo. El método de Wantzel y la división de la circunferencia en partes iguales.
Y también vemos que el ex ministro dicta cursos en la Escuela de Estudios Superiores del Ateneo de Madrid donde, en el año académico 1896-97, imparte 21 lecciones a nada menos que 122 alumnos matriculados en “resolución de las ecuaciones de grado superior y teoría de Galois”; el curso siguiente repite el asunto y en el 1898-99 se ocupa del “Estudio de las funciones elípticas”. Además, escribe muchos trabajos de divulgación científica porque se queja de que los libros científicos, en España, no hacen rico a nadie pero “los artículos de ciencia popular para los periódicos, esos ya se portan con más decoro, y por eso he escrito y sigo escribiendo tantos”.
Echegaray publicaba obras de alto nivel de matemática y física-matemática: Resolución de Ecuaciones y teoría de Galois (1897), resultado de un conjunto de charlas pronunciadas en el Ateneo, Conferencias sobre Física-Matemática (1906-1910), etc.
En 1905, los ingenieros de caminos, canales y puertos editaron, como homenaje a su compañero de estudios (ya había recibido el Premio Nobel), un libro titulado Ciencia popular, que pretendía difundir la labor de “vulgarización científica”, como la denominaron, del dramaturgo. Son más de novecientas páginas de artículos que el ingeniero había escrito en El Imparcial y en El Liberal. Son un conjunto que revela, de manera muy clara, la faceta divulgadora de Echegaray: física, matemáticas e ingeniería son los tres asuntos que predominan en Ciencia popular.

 

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