La figura de Gregorio Marañón Posadillo (1887-1960) es una
de las más atrayentes del panorama cultural español del siglo XX. Después de
licenciarse y doctorarse en Medicina por
Uno de los intelectuales que mejor estudió la vida y obra de Marañón, Pedro Laín Entralgo (1908-2001), consideraba que la personalidad del madrileño se podía desglosar en cinco aspectos fundamentales: el médico, el escritor, el historiador, moralista y el español.No obstante su faceta de médico, sus trabajos en el ámbito de las letras no han quedado atrás. Sus obras, escritas en un lenguaje claro y ágil, se siguen reeditando, traduciendo a muchos idiomas, y leyendo con interés. Algunos de sus textos históricos son el punto de partida obligado de muchas investigaciones actuales. Por eso, el Marañón que ha había escrito que “el mejor especialista será, a la postre, el que tenga una cabeza más universal” también se ocupó de temas relacionados con la historiografía científica; en este ámbito su obra sobre Las ideas biológicas del P. Feijoo (1933) supuso una de las primeras aproximaciones a las inquietudes científicas del siglo XVIII.
Marañón dictó multitud de discursos de carácter político, histórico, literario, biográfico, etc. Pero lo que más ha llamado la atención de su labor fue el conjunto de estudios sobre grandes personalidades de la historia universal y española. Su obra sobre la timidez, Amiel (1932); la historia de un resentimiento que representa Tiberio (1939); la pasión de mando de El conde-duque de Olivares (1936); el libro sobre el doctor melifluo y el exilio de un español: Luis Vives (1942); el trabajo erudito sobre Antonio Pérez (1947); el hermoso texto sobre El Greco y Toledo (1956), y tantos y tantos libros que han dejado en los lectores un impacto perfecto acerca de la personalidad y cultura de este “trapero del tiempo”, como le gustaba autodenominarse.
“He intentado, seguramente con mejor deseo que buena fortuna, colocar la biografía biológica en su término justo; es decir, aprovechar, ante todo, y en la medida más amplia posible, los conocimientos actuales de investigación de la personalidad humana, incluso los de la patología, que son esenciales, porque si los hombres fueran sanos y cuerdos la Historia, antes y ahora, sería completamente distinta”.
Este madrileño ejemplar en tantos aspectos tenía muy claro que el espíritu humano se forja en crisoles muy diferentes y que hay que confiar plenamente en la persona “que se entrega a la investigación el tiempo que exige, y, después, en lugar de irse a chismorrear a un casino, o a cazar alimañas inocentes, dedica su descanso a esas otras inquietudes que mantienen viva la tensión del espíritu y afilan la eficacia del instrumento profesional, y tanto más cuanto más estricta sea la especialización de ese instrumento”.
Don Gregorio perteneció a
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