Los jesuitas españoles habían creado en Bilbao, en 1866, la Universidad Católica de Deusto y en 1892 la Pontificia de Comillas y es que esta orden religiosa destacó principalmente en tres campos de actuación: la enseñanza secundaria, los estudios superiores y los aspectos meramente religiosos.
Los
jesuitas han estado siempre relacionados con el mundo de la ciencia, sus
instituciones científicas han sido en numerosas ocasiones pioneras, sus hombres
han sido, muchas veces, hombres importantes en el ámbito científico. Bastará
recordar algunos muy destacados internacionalmente: el polifacético científico
alemán alemán Athanasius Kircher (1602-1680), el astrónomo y matemático croata Ruder
Boskovic (1711-1787), el astrónomo italiano Angelo Secchi (1818-1878), el
paleoantropólogo francés Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955), etc.
La
fundación del Observatorio de Cartuja, en Granada, fue una iniciativa del jesuita
Juan de la Cruz Granero, un hombre aficionado a la astronomía. Por otra parte,
los jesuitas tenían una tradición en los estudios sismológicos y, en este
sentido, hay que recordar que desde 1865, la misión de Filipinas, mantenía el
Observatorio Meteorológico de Manila que fue el primero, entre los españoles,
que tenían un registro instrumental de los terremotos.Observatorio de la Cartuja-1902
La
idea inicial era fundar un Observatorio dependiente
del Colegio Noviciado del Sagrado Corazón, de la Compañía de Jesús, para que
los futuros jesuitas tuvieran una buena formación científica. La ubicación en
la localidad andaluza era muy lógica, por la razón de formar parte de la
comarca con más sismicidad de la península Ibérica, donde todavía quedaba el
recuerdo del terremoto de 1884, que había tenido unas fatales consecuencias en
las provincias de Málaga y Granada.
Granero
realizó un viaje a diferentes países europeos con el fin de informarse de
importantes estudiosos de la astronomía, meteorología y sismología con el fin
de comprar materiales y contratar aparatos. Se relacionó con científicos y
trajo a Granada aparatos con los que empezó a funcionar el Observatorio: un
telescopio, dos péndulos ecuatoriales, un microsismógrafo, etc.
Los
jesuitas también iban a crear en Madrid un centro de referencia. En 1903,
Nicolasa Gallo-Alcántara y Sibes, viuda que era de Diego Fernández Vallejo,
marqués de Vallejo, que deseaba continuar o ampliar las obras benéficas que
había hecho su marido, se puso en contacto con el jesuita madrileño Isidro
Hidalgo para que la Compañía crease una obra “para moralizar a los obreros y a
los hijos de éstos”. Quieren hacer algo más importante que un “Círculo” de
primeros estudios para los obreros, desean darles una formación técnica que pueda
completarse con unos estudios de ingeniería. Además, se quiere hacer un Colegio
de Segunda Enseñanza que atienda a las clases medias.Laboratorio del ICAI
Los
autores de esta obra fueron varios jesuitas. El padre Ángel Ayala viaja a
Bélgica y Francia con el fin de asesorarse en la nueva obra. Así, en Lieja
conoce el Instituto Gramme y en Lille el ICAM (Institut Catholique d'Arts et
des Métiers), inspirador del nombre del Instituto madrileño; también participan
otros religiosos como Agustín Pérez del Pulgar y Félix García-Polavieja, lo que
no obvia la colaboración de seglares cualificados entre los que hay que
destacar a Mariano Bastida, ingeniero industrial.
Lo
interesante y novedoso del proyecto educativo era el Instituto Católico de
Artes e Industrias (ICAI), donde inicialmente se cursaban dos tipos de
enseñanza: una de aprendizaje dirigida a los obreros y otra de cuatro años de
estudios de peritaje mecánico-electricista. El colegio de enseñanza media tenía
un plan propio de Bachillerato con un importante contenido humanístico.
De mayor importancia, los jesuitas crearon en la población tarraconense de Tortosa una agrupación de instituciones científicas, un centro cultural en el que se harían estudios de astronomía, química y biología. Tortosa era un enclave lógico para los miembros de la Compañía de Jesús ya que, a fin de cuentas, era capital de la “provincia” de la Compañía de Jesús en la que estaba incluida Cataluña. De esta forma, y a partir de 1904, se fundaron tres centros gracias a los esfuerzos intelectuales de tres jesuitas: Ricardo Cirera, Eduardo Vitoria y Jaime Pujiula, ligados respectivamente al observatorio astronómico y a los laboratorios químico y biológico.
El
jesuita Ricardo Cirera Salse (1864-1932) fundó en 1904, en la cima de una de
las colinas al oeste de la población tarraconense de Tortosa, en Roquetas, el
Observatorio del Ebro, con el que se quería estudiar la influencia de la
actividad solar en los fenómenos geofísicos. El Observatorio, después de la
Guerra Civil, participó en la creación del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas y en 1991 se integró como Instituto Universitario a la Universitat
Ramón Llull. En la actualidad el Observatorio está regido por un patronato.
Al
finalizar el año 1905 se terminó de construir, en la base de la colina, el
Laboratorio Químico del Ebro. Este Laboratorio fue creado por el jesuita Eduardo
Vitoria Miralles, que había regresado poco antes de Lovaina con su flamante
título de doctor, fruto de unos años de investigación con el prestigioso Louis
Henry (1843 – 1913). En 1916 se trasladó a Sarriá, al lado del Colegio de San
Ignacio (de la Compañía) y allí adquirió su actual denominación: Instituto
Químico de Sarriá. Este centro fue miembro fundador de la Universidad Ramón
Llull, a la que pertenece en la actualidad.Busto de Pujiula en Besalú
Antes
de finalizar el verano de 1908, Jaime Pujiula Dilmé regresa a España, ejerce
como docente de Biología en el Colegio de la Compañía de Tortosa y se instala
en un local de unos cuarenta metros cuadrados del edificio que se había
construido en Roquetas. Esto era el germen de lo que en 1910 se convirtió en el
Laboratorio Biológico del Ebro. En 1916, junto con el de química, el
Laboratorio Biológico se trasladó a Barcelona, al barrio de Sarriá, y tomó el
nombre de Instituto Biológico de Sarriá.
El
conjunto científico que formaban el Observatorio y los laboratorios químico y
biológico del Ebro, ubicados en las cercanías de Tortosa, se complementó con
una revista denominada Ibérica, que
fue creada en 1913 por el jesuita, ya citado, Ricardo Cirera.
Ibérica. El Progreso de las
Ciencias y sus aplicaciones
era una revista de divulgación científica general, la primera española de
divulgación científica y tecnológica, pero era también la publicación que los
jesuitas tenían, en un primer momento, para dar a conocer los trabajos
realizados en el centro de Roquetas.
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