Vicente Cervantes Mendo nació en Ledrada (Salamanca) en
1785, población perteneciente al obispado de Plasencia (Cáceres). Era un hombre
con una formación científica espléndida: tenía unos conocimientos botánicos
excelentes, había estudiado medicina, era buen filósofo, buen químico y
farmacéutico. Dominaba, además, la lengua francesa y era, según su maestro, el
botánico Casimiro Gómez Ortega (1741-1818), un hombre “de capacidad,
instrucción y lucimiento”.
Su vida transcurrió en la Península (1758-1787), en el virreinato
de Nueva España (1787-1821) y en el México después de la independencia
(1821-1829). Formó una familia en Nueva España y así, tuvo dos hijos, Julián
que aunque destacó por sus conocimientos botánicos se dedicó a la vida
religiosa y Mariana, que se interesó por la astronomía.
Cervantes abandona la Península y marcha a México. Desde su
llegada al continente americano, en 1787, para ocupar el cargo de catedrático
del Real Jardín Botánico de la capital mejicana, el nombre de Cervantes se va a
ligar el resto de su vida a esa ciudad, a su Real Jardín Botánico y al estudio
y enseñanza de la ciencia de las plantas.
El castellano va al Nuevo Continente como integrante de una
de las más importantes expediciones científicas hispanas del siglo XVIII: la
que había de estudiar la historia natural de territorios de Nueva España y
otras regiones cercanas: desde San Francisco, en California, hasta la población
de León en Nicaragua, la isla de Nukta, en el archipiélago de Vancouver, El
Salvador, Guatemala, y las islas de Santo Domingo, Puerto Rico y Cuba. La
Expedición ocupó el periodo comprendido entre 1787 y 1803, lo que supuso que
fuera la de más duración de las que con categoría científica promoviera la
Corona de España. El origen de la misma se encuentra en la personalidad de tres
españoles: el ímpetu científico del médico aragonés, a la sazón residente en
México, Martín de Sessé y Lacasta (1751-1808), el impulso que desde la capital
del Reino ejerce el sabio, ya citado, Gómez Ortega y el propicio ambiente cultural
español fruto de los deseos de Carlos III.
Carlos III |
El jefe de la Expedición era Sessé y el personal más
cualificado de la misma lo constituían, además de Vicente Cervantes, Juan Diego
del Castillo, José Longinos Martínez y Jaime Senseve.
Aunque la exploración científica de Nueva España estaba
destinada a ampliar los conocimientos de la naturaleza de ese territorio, la
tenacidad de Sessé por un lado y la sabiduría científica, didáctica y
pedagógica de Cervantes por otro hicieron que, además, la botánica adquiriera
una importancia capital en la vida cultural y científica de la ciudad de
México.
El castellano ejerció durante treinta años como docente de
la cátedra de Botánica, en la que explicaba las etimologías griega, latina y
mejicana de cada planta, sus virtudes terapéuticas y los usos económicos de los
distintos vegetales. Sabemos que utilizó el mismo libro que los alumnos que
recibían clase en el Jardín Botánico madrileño, esto es, el Curso elemental de Botánica de Casimiro
Gómez Ortega y Antonio Palau Verdera (1734-1793). Es significativo que se
creara la obligatoriedad de la asistencia a las clases de Botánica de los
estudiantes de medicina.
Alexander von Humboldt (1769-1859), el más importante de
los naturalistas de la época, conoció la labor científica y didáctica del
Cervantes y le llamó sabio, su maestro en el Jardín Botánico de Madrid,
Casimiro Gómez Ortega, dijo de él que era un hombre excepcional y José García
Ramos enalteció su obra poco después de la muerte del extremeño.
Su trabajo no pasa desapercibido: más de 300 especies
vegetales nuevas clasificadas por él fueron enviadas a la península Ibérica
desde el Jardín de la capital de Nueva España; muchas publicaciones salieron de
su pluma; numerosos discípulos se formaron en su cátedra; de entre ellos
destacó José Mariano Mociño (1757-1819), que se
incorporó a la expedición en 1790.
Antes de finalizado el siglo XVIII, Cervantes había
publicado quince obras de tema botánico, algunas de las cuales se han perdido.
Fueron trabajos de carácter general y científico, sobre plantas peninsulares,
sobre especies botánicas del Nuevo Mundo y, por último, con contenido destinado
a la enseñanza de futuros botánicos y farmacéuticos.
Escribió una obra que sirvió de base a la moderna farmacopea
mejicana, el Ensayo a la Materia Médica
Vegetal de México, que no se editó hasta casi finalizado el siglo XIX. Fue
en los postreros años del Ochocientos cuando se publicaron las dos obras que
vienen a ser una especie de resumen de los hallazgos botánicos de la
Expedición: Plantae Novae Hispaniae,
y Flora Mexicana. Ambas vieron la luz
en México: fueron editadas por la Secretaría de Fomento y estaban escritas en
latín. Sin embargo, hay que destacar, con el fin de aclarar los hechos, que las
dos fueron publicadas con la sola autoría de Sessé y ¡Mociño!, quizá porque
éste último era el único que había nacido en territorio mejicano. Suponemos que
el fervor nacionalista después de la independencia hizo perder la memoria a los
editores de las obras citadas y olvidarse de que tanto Plantae Novae Hispaniae como la Flora
Mexicana eran obras eminentemente colectivas. Además, también hay que tener
en cuenta que la redacción de las mismas se debió, probablemente, a Sessé, que
el español Mociño (criollo, nacido en México) no participó en las dos primeras
campañas de la Expedición (en 1789 era todavía alumno de Cervantes) y que el
más experto botánico de los expedicionarios era Cervantes (todo ello sin
olvidar la labor de Castillo y de Longinos).
Los dos textos nos muestran que los científicos habían
estudiado y descrito los vegetales, mayoritariamente, por su interés
florístico, en segundo lugar por su utilidad medicinal y, en escasa proporción,
por razones alimenticias, industriales u ornamentales.
En 1821 Nueva España se hace independiente. Muchos
españoles son expulsados, bastantes mueren fusilados y los numerosos
peninsulares que ocupaban cargos públicos son despojados de los mismos, pero el
Gobierno del México Independiente hizo una sola excepción en la persona y familia
de Vicente Cervantes: le fueron reconocidos sus servicios y se le propuso
continuar en el nuevo Estado. El extremeño acepta y así su vida y su muerte,
ochos años después y cuando contaba setenta y cuatro, quedaron ligadas
permanentemente a México, capital de la antigua Nueva España.
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