Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

27 enero, 2023

Epónimos españoles en la ciencia

Si nos acercamos al Diccionario de la RAE y buscamos epónimo, encontramos la siguiente definición: “Dicho de una persona o de una cosa: Que tiene un nombre con el que se pasa a denominar un ciudad, una enfermedad, un concepto, etc.” Claro que en el etcétera se pueden añadir muchas cosas.


Los epónimos integran nuestro lenguaje desde siempre, aunque son significativamente frecuentes en las palabras de una especialidad y, por ello, en el lenguaje científico. Los epónimos científicos tienen, por otra parte, un interés añadido, en la medida que indican generalmente la prioridad de un descubrimiento.

Si eres goloso y te gusta la tarta “tarta Sacher”, de chocolate, quizá sepa que se debe a un pastelero austriaco denominado Franz Sacher (1816-1907), que la montaña Everest se llama así en honor del geógrafo galés Sir George Everest (1790-1866), que la apertura Ruy López de los ajedrecistas se debe al sacerdote, más tarde obispo, español (de Zafra) del siglo XVI Ruy López de Segura y muchos otros ejemplos podríamos añadir.
En la ciencia no será raro que no haya visto alguna vez epónimos dedicados a científicos: el famoso teorema del filósofo y matemático griego Pitágoras; la trompa de Eustaquio, en honor del anatomista del siglo XVI, nacido de San Severino, Bartolomeo Eustachio o Eustachi, en latín Eustachius; la pasteurización, proceso debido al químico y microbiólogo francés Louis Pasteur (1822-1895); el estrecho de Magallanes en honor del explorador y navegante portugués Fernando de Magallanes (1489-1521); el síndrome de Down, descrito por primera vez por el médico inglés John L. H. Down (1828 -1896) etc.
Vamos a centrarnos en los españoles, de los que voy a poner un ejemplo en diferentes especialidades científicas. Quizá piense que no hay muchos, que es muy raro encontrar el nombre de un español entre los epónimos o sus derivaciones y, sin embargo, no es demasiado infrecuente en algunas especialidades científicas.
En el campo de la medicina el gerundense Gaspar Casal Julián (1680-1759) describió el “mal de la rosa” en el cuarto libro de su Historia Natural y Médica de El Principado de Asturias, editada tres años después de su fallecimiento. Esta patología es la pelagra, debida a un déficit de vitamina B3 (niacina), que Casal relacionó con la nutrición. El mal de la rosa se denomina también enfermedad de Casal.
El investigador Aureliano Maestre de San Juan (1828-1890), maestro que fue de Ramón y Cajal, primer catedrático de Histología en España (1873), realizó la primera descripción de “hipogonadismo hipogonadotropo idiopático con anosmia” en 1849, pero se conoce frecuentemente como Síndrome de Kallmann, porque este científico lo describió casi a la vez... ¡en 1937! Hoy también se llama Síndrome de Kallmann-Maestre de San Juan-Morsier.
Maestre de San Juan
En la histología y más concretamente, en el tejido nervioso, además de las neuronas, hay unas células que Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) había denominado  "glía adendrítica" y  de las que el vallisoletano Pío del Río Hortega (1882-1945)  llegó a diferenciar dos tipos: la microglía o mesoglía y la glía interfascicular u oligodendroglía. Los alemanes A. Metz y Hugo Spatz, denominaron "células de Hortega" a las de microglía y así se las conoce, también, en la actualidad.
El considerado Padre de la Física española, Blas Cabrera y Felipe (1878 -1945), estudió con el también físico Arturo Duperier Vallesa (1896-1959) las propiedades magnéticas de las tierras raras y comprobó que ciertos elementos se apartaban de la ley de Curie-Weiss; Cabrera y Duperier modificaron la ecuación que quedó integrada en la historia del paramagnetismo con el nombre de los dos científicos españoles: la ecuación se llamó al principio de Curie, después de Curie-Onnes-Weiss, de Curie-Weiss y finalmente de Weiss-Cabrera.
Mariano de la Paz Graells
Entre los seres vivos no es muy infrecuente encontrar especies dedicadas a paleontólogos, botánicos y zoólogos. Así, numerosos españoles de estas especialidades han inmortalizado su nombre, al menos en el ambiente científico, por esta razón.
En paleontología hay varios fósiles en los que el nombre científico está dedicado al geólogo y paleontólogo español Eduardo Hernández Pacheco y Estevan (1872-1965). Así, por ejemplo, el arqueociato del género taxonómico Pachecocyathus o la jirafa fósil con el nombre de Decennatherium pachecoi.
El importante botánico gerundense José Cuatrecasas Arumí (1903-1996) tiene numerosas especies con su nombre y citaré dos: Geranium cuatrecasasii y Azorella cuatrecasasii. El género botánico Mutisia es en honor del gaditano José Celestino Mutis (1732-1808). La mariposa isabelina,  cuyo nombre científico es Graellsia isabellae, está dedicada al zoólogo riojano Mariano de la Paz Graells y de la Agüera (1809-1898) y a la reina española Isabel II.
Los trenes Talgo son de una empresa ferroviaria española creada en 1942, denominada  en la actualidad Patentes Talgo. Su nombre es el acrónimo Tren Articulado Ligero Goicoechea Oriol. Goicoechea fue el del ingeniero vizcaíno Alejandro Goicoechea Omar (1895-1984) que diseñó el tren, y Oriol se debe al empresario y arquitecto bilbaíno José Luis de Oriol y Urigüen (1877-1972) que financió su realización.

Alejandro Goicoechea


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