Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

17 febrero, 2023

Un debate científico para identificar unas niñas desaparecidas

 Estamos en mayo de 1924 y en un, entonces, barrio de las afueras de Madrid, en el distrito de Chamberí, desaparecen tres niñas (María Ortega Guirado, Angelita Cuevas Guillén y María del Val Paredes). Es el caso de las niñas de Hilarión Eslava — por la calle en la que desaparecieron— y a pesar de una búsqueda denodada, ninguna de las tres fue hallada. Un año después, el caso fue sobreseído por la Audiencia de Madrid.

Sin embargo, en febrero de1928, cuando  se estaban realizando unas obras en el cruce de las calles Hilarión Eslava y Cea Bermúdez, unos obreros encontraron una calavera, tres tibias y otros huesos, una bota, trozos de un vestido, monedas... y la familia de las niñas reconoció algunos de ellos como de las niñas y se reabrió el caso. Los restos de las niñas estaban en  un terraplén con pequeñas grutas, donde, probablemente, se metieron a jugar y debido a un desprendimiento de tierras quedaron sepultadas.

Calle Hilarión Eslava en los primeros años del siglo XX

Es el momento en el que interviene la ciencia: médicos, geólogos y entomólogos van a discutir sobre las circunstancias que envolvieron la muerte de las niñas. Muchos informes aparecieron en la prensa y el pueblo de Madrid se interesó por este suceso.

El caso se reabre y el juez nombra una Comisión formada por siete médicos como encargados del estudio de los restos óseos: estaba presidida por Tomás Maestre y Pérez (1857-1936), catedrático de Medicina Legal y Toxicología de la Facultad de Medicina de la Universidad madrileña(que actuó de presidente) y Antonio Piga y Pascual (1879-1952), profesor auxiliar de la cátedra del anterior; Mariano Gómez Ulla (1877-1945), cirujano militar; Florencio Porpeta Llorente (1862-1938) y Julián de la Villa Sanz (1881-1957), profesores de Anatomía Descriptiva de Facultad de Medicina de la Universidad Central; y Leopoldo Pombo Sánchez y  Joaquín Segarra Llorens, médicos forenses adscritos al Juzgado 1º del distrito de la Universidad. También se designa como expertos geólogos a los ingenieros de minas del  Instituto Geológico Vicente Kindelán y de la Torre (1866-1938) y José Meseguer Pardo.

Escuela de ingenieros de minas 

Todos realizan su labor y al iniciarse el mes de  marzo, Tomás Maestre indica que gracias a las larvas de insectos encontradas se podrá determinar el tiempo  que llevan enterrados los huesos. Según las declaraciones que realiza (1 de marzo) a  El Heraldo: “...parece que la inhumación fue en época bastante calurosa, pues las moscas desarrollaron sobre los cadáveres una actividad sorprendente”.

No obstante, muy pronto se manifiestan discordancias entre Porpeta y el resto de los médicos sobre el hecho de que los huesos sean de las niñas. Por otra parte, el informe de los geólogos indica que no hubo cuevas en los desmontes.

Al finalizar el mes de marzo la Comisión ha identificado una especie de mosca, la Ophyra cadaverina y considera que la abundancia de pupas de esa especie indica que la muerte se produjo entre los 3 y 6 años, lo que coincidía con la desaparición de las niñas. Porpeta no está de acuerdo con el citado informe. No obstante, el juez del caso (Felipe Fernández y Fernández de Quirós) no considera evidente que los restos sean de las niñas.

Mientras, la prensa, que probablemente no sabe nada de larvas, huesos, leyes, etc. hace coplillas “graciosas” en una situación que nada tenía de agradable. Así, en La Libertad (30 de marzo) se pueden leer unos versos firmados por Luis de Tapia (1871-1937) y titulados “Parodia” de las que entresaco dos estrofas:

“¡Se habla de ‘moscas’ funerales/ que buscan carne para el festín!... /¡Por si las moscas, de los ‘frontales’ se dan los pelos... y las señales!.../ ¡Al fin, al fin!

(...)

“¡Canta la alondra, en voz canora,/ con Pombo y Piga, en el jardín;/ mientras Maestre, en esta hora,/ sueña, contempla, admira, adora,/ y se equivoca... al fin!”

El 12 de abril, La Libertad manifiesta su afán rapsoda y con el título de “La micra”, se ridiculiza la importancia con la que se explica  las mediciones de las larvas de las moscas.

Dos páginas del diario ABC informando del suceso

Al finalizar ese mes  se notifican al juez y a la prensa  las conclusiones del informe médico-legal de la Comisión y el 28 aparece, en el periódico La Voz, un artículo firmado por “Un naturalista” [sin duda un entomólogo experto que probablemente era Cándido Bolívar] en el que se rebaten científicamente en cuatro apartados las conclusiones de la Comisión:

“1. La presencia entre los restos de Ophira cadaverina no prueba que estas moscas hayan acudido forzosamente al cadáver, pues se desarrollan en cualquier materia animal o vegetal en descomposición. 2. En el caso de admitir lo anterior, la presencia en los cadáveres de tegumentos ninfales probaría que por lo menos llevaban enterrados un año, ya que tales moscas no acuden hasta la fermentación amoniacal del cadáver; pero no puede sacarse conclusión respecto al tiempo máximo que el cadáver en el lugar, ya que los capuchones ninfales, por ser quitinosos, pueden permanecer durante muchos años sin alterarse. 3.En el caso que de “la mesa del festín" hubiese sido agotada por las Ophiras, como se dice en el informe médico, se habrían encontrado miles de tegumentos ninfales y de cuerpos de "ophiras", pues para que unas larvitas de cinco milímetros de longitud agotasen  tres cadáveres, es necesario que estuviesen en cantidad muy crecida. 4. De ser cierta la determinación del ácaro Uropoda nummularia, encontrado en un trozo de calcetín, habría que pensar en que la putrefacción se verificó al descubierto, que esta especie forma parte del primer grupo de  los "trabajadores de la muerte”.

Por todo ello el artículo finaliza con la siguiente afirmación: “...creemos que, de no haber sido entregados los restos entomológicos al Museo Nacional de Ciencias Naturales, único Centro en que existen varios especialistas en insectos, los datos entomológicos que forman parte del informe médico carecen de la suficiente garantía para sobre ellos fundamentar ulteriores conclusiones, pudiendo dar origen a críticas de la concienzuda y minuciosa labor realizada por los distinguidos miembros de la Comisión médica”.

Finalmente,  el 19 de ese mes, Maestre se reafirma en que las niñas murieron “de asfixia por la arena, las tres al mismo tiempo y en el mismo sitio donde se encontraron sus huesos, y su muerte fue producida por un hecho accidental y fortuito”.

El 24 de mayo aparece en La Voz un artículo del entomólogo Cándido Bolívar Pieltain (1897-1976), en el que pide a Maestre  que explique sus especulaciones y después de varias réplicas y contrarréplicas, el juez envía a Ignacio Bolívar y Urrutia (1850-1944) — padre del anterior, director del Museo de Ciencias Naturales y el más importante de los entomólogos españoles— un informe en el que solicita la opinión de los especialistas del Museo. El director designa a su hijo Cándido, también entomólogo, y  a Juan Gil Collado (1901-1986), especialista en dípteros, para que dictaminen sobre el sumario.

Lo cierto es que este caso desde el punto de vista científico era muy complejo por el tiempo transcurrido desde la muerte de las niñas, los restos encontrados, etc. Había pocos datos realmente fidedignos y, en general, los entomólogos actuaron desechando  lo improbable, lo que no podía ser, y la Comisión médica interpretando categóricamente muchas de las identificaciones. Hubo, por ello, numerosas afirmaciones tajantemente contundentes y actitudes insolentes en los debates científicos. Y como conclusión, los descubrimientos óseos no pudieron ser asignados a las niñas.

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