Estrictamente hablando, la veterinaria como tal no tiene entidad hasta que se crea la enseñanza oficial de la misma a finales del siglo XVIII (1793). Antes, a los profesionales de la veterinaria se les llamaba albéitares o mariscales y con estos nombres se hace referencia a los técnicos de la albeitería y mariscalería respectivamente.
En los países del centro de
Europa y en Italia la primitiva medicina equina recibía el nombre de
mariscalería, término que casi no se utilizó en España, salvo en algún pueblo
del reino de Aragón y en el ejército ya que los mariscales eran los
veterinarios militares. Se puede afirmar que los primitivos hipiatras griegos
fueron posteriormente albéitares (o mariscales) en Castilla y menescales en la
Corona de Aragón y, más tarde, veterinarios.
Si consultamos el Tesoro
de la Lengua (1611) de Sebastián de Covarrubias podemos leer una concisa definición de
albéitar: “el que cura las bestias”.
La primitiva veterinaria casi se limitaba, al menos durante
Ilustración de un libro de albeitería del s. XIV
Posteriormente, durante los siglos XVI y XVII el “arte de
herrar” se fue embebiendo de algunos saberes médicos, de conocimientos más
académicos, que favorecieron la aparición de unos profesionales que, sin
olvidar las prácticas del herrado, crearon ámbitos científicos para la medicina
animal: los albéitares. Así, como ha escrito López Piñero: “la asistencia
meramente empírica de las enfermedades de los équidos fue desplazada por una
medicina veterinaria, cuya práctica estaba basada en conocimientos científicos
básicos y en una patología y una terapéutica sólidamente estructuradas”.
Esto fue de tal
manera que, durante esos siglos, la primitiva veterinaria que se hacía en
España se convirtió en una actividad en la que muchos albéitares llegaron a
tener un nivel intelectual similar al de otros profesionales liberales. De
manera paralela a los médicos, los primitivos veterinarios tenían una
institución, eminentemente española, como el Protoalbeiterato que autorizaba el
ejercicio profesional después de exámenes teóricos y prácticos. Veterinarios
importantes de estos siglos fueron Fernando Calvo, Francisco de Libro de Albeitería de
Francisco de la Reina
Contrariamente a lo que suele pensarse, herrar las bestias, de la forma que hoy lo entendemos, no es una acción tan antigua como la humanidad. En efecto, las civilizaciones griega y romana desconocían la herradura y protegían el casco de las caballerías con una especie de sandalia de cuero y con una chapa metálica; ambas se ataban con correas a la “cuartilla” y la “corona”.
Hasta el siglo XII no se
generaliza la práctica de herrar las caballerías con herraduras de clavo, lo
que provoca el desarrollo de una reglamentación del oficio de herrador, sin que
ello suponga un estricto cumplimiento de las leyes por parte de estos
artesanos.
Así, el Fuero de Salamanca (del
siglo XIII) dispone, entre otras consideraciones, que las “ferraduras e clavos
sean de buen fierro” y el de Usagre, también del siglo XIII, dice que la
herradura que antes de 9 días se cayera debe herrarse de nuevo “sin precio”.
En la Edad Moderna, las leyes
referidas al asunto que nos ocupa hacen mención al peso de las herraduras y
clavos, así como a la tarifa de precios del maestro herrador.
Desde antiguo se había
establecido una clara diferencia entre el obrero que forjaba las herraduras, el
ferrero o herrero, y el oficial que había de clavarlas en el casco de las
caballerías, el ferrador o herrador y una de las funciones del
albéitar de la época, en muchos casos la principal, era la de herrar los
caballos.
Con el tiempo, el “arte de
herrar” deja de hacerse exclusivo de los profesionales y muchos nobles aprenden
el oficio. La “ciencia de la caballería andante” es para el hidalgo manchego
una especie de compendio de todas las demás ciencias del mundo; de esta manera
cualquier caballero andante “ha de saber herrar un caballo”.Grabado del s. XVIII sobre la
sanidad del caballo
Por otro lado, el llamado Arte
de herrar formará parte de la sabiduría de cualquier albéitar y la explicación
dialogada de los conocimientos no será un hecho aislado de la literatura sobre
este asunto. Veamos el caso del Libro de
Albeytería de Pedro López Zamora.
Este importante albéitar del siglo XVI escribió esa obra en forma de diálogo
entre maestro y discípulo y en él dedica el capítulo XV al Arte de herrar ya
que practicándolo como se debe “se remedian y curan muchas pasiones y
enfermedades en los miembros, y pies y manos y junturas dellos: que sin ésta
[se refiere al Arte de herrar] haciéndose lo que debe no sería parte el
Albeytar para curar las dichas enfermedades sin la dicha arte de herrar”.
Asimismo, El arte de herrar, del veterinario placentino Fernando, o Hernando, Calvo, es un apéndice de su Libro de Albeytería (1582). El título completo es: Diálogo del arte de herrar entre el maestro Fernando Calvo, y el discípulo de este Arte. Trae para exordio, y principio del encarecimiento del Albeytar el desafío de aquellos dos celebérrimos pintores, Parrasio y Ceuxis: el cual Arte de herrar va en octavas, compuestas por el mismo Autor; porque con más facilidad le pueda el discípulo encomendar a la memoria; y el Maestro Fernando Calvo, hablando con el discípulo propone: y el discípulo desata las proposiciones de la pregunta.
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