Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

26 octubre, 2023

El Escorial, Felipe II y la ciencia

El Monasterio de El Escorial, construido entre 1563 y 1584, es un auténtico símbolo, no sólo de la figura del Monarca sino también de su reinado: centro cultural, templo, mausoleo, palacio, biblioteca, museo, etc.

Desde la fundación del Monasterio, Felipe II tuvo la idea de crear una gran biblioteca que estuviera a la altura de las mejores y para conseguirlo dedicó todos sus esfuerzos, energía y poder. Se rodeó de lo más granado de la intelectualidad de la época y son humanistas bibliófilos los que le orientaron en la adquisición de los ejemplares; entre ellos ocupa un lugar destacado Benito Arias Montano (1527-1598), auténtico organizador de la librería escurialense y al que se debió la organización de los libros por lenguas y su catalogación en 74 materias, de las que 21 eran científicas”.

Felipe II en El Escorial

La Biblioteca de El Escorial es un espacio arquitectónico de casi 350 metros cuadrados de planta y con unas bóvedas pintadas al fresco por Pellegrino, más conocido como el Tibaldi (1527-1598): en ellas se representan las artes del Trivium, del Cuadrivium, la Filosofía y la Teología. El mobiliario, diseñado por Juan de Herrera, se integra en la arquitectura del recinto, siendo una de las primeras bibliotecas donde se alinean los muebles y los muros.

Cuando el extremeño Benito Arias Montano vuelve de los Países Bajos, el Monarca español le encarga la catalogación y ordenación de los fondos de la Biblioteca, que fue concebida como lugar de reunión de los conocimientos de la época y configurada desde cinco direcciones: los 4.000 volúmenes que regala Felipe II de la suya particular y que constituyeron el fondo inicial de la primitiva, el traslado de bibliotecas monacales, donaciones realizadas por intelectuales, la adquisición de fondos en las más importantes ciudades europeas y, finalmente, la compra de libros de las bibliotecas de insignes personajes entre los que destaca y sobre todos ellos Diego Hurtado de Mendoza (1576), cuya biblioteca particular era probablemente una de las tres mejores de la España de la época; este importante humanista legó en testamento a Felipe II nada menos que 2.000 ejemplares entre grabados, impresos y manuscritos., etc.

 El Escorial

La Librería escurialense poseía una riqueza bibliográfica excepcional; todas las disciplinas, científicas o no, de autores clásicos o modernos, se daban cita en numerosas lenguas y en soberbias encuadernaciones. Era un magnífico centro de estudio para todos los amantes de la cultura, fuera esta de índole humanista o científica. A principios del siglo XVII, Lucas de Alaejo decía: “Cada día tenemos huéspedes eruditos, cada día extranjeros curiosos que revuelven nuestras librerías; los veranos todos de todo el mundo [...] y de ordinario los cortesanos, a todos se abre la puerta, a nadie se niega el libro que pide, y si no sabe pedir, se le enseña el modo de pedir y de hallarle”.

La Biblioteca escurialense fue, a fines del siglo XVI, la primera de las europeas en cultura islámica.

Biblioteca

Por otra parte, en la Biblioteca de El Escorial se archivó una gran cantidad de obras incluidas en el Índice de libros prohibidos. Además, tuvo el privilegio, concedido por Felipe II, de recoger gratis un ejemplar de todas las publicaciones que se imprimieran en lo dominios españoles y en 1619 se recomendó esta norma a los virreyes de Flandes, Sicilia, Milán, etc. El incendio de 1671 acabó con muchos libros y manuscritos.

Felipe II, lector de Erasmo, admirador de la arquitectura, astronomía, coleccionista de instrumentos científicos, creador de los primeros jardines botánicos españoles,  entre los que destacaba el de Aranjuez, era admirador del saber en su conjunto, apoyó la cultura en todas su manifestaciones. Así, la librería escurialense era, también, un gabinete de antigüedades, un museo de objetos de arte, una colección de instrumentos científicos (había cerca de 50 astrolabios) y un depósito cartográfico.

Obra de Abraham Ortelio

Desde el punto de vista científico, la geografía debe a este rey una impresionante obra  publicada bajo su protección: se trata del Theatro de la tierra universal que vio la luz en los talleres de Plantino en 1588 y que es una obra cartográfica del flamenco Abraham Ortelio (1527-1598), cosmógrafo regio; Felipe II reformó los estudios médicos, creó la distinción de Médico de la Real Cámara o Protomédico para los profesionales que sobresalieran en el ejercicio de su labor, promovió la primera expedición científica del mundo moderno, la de Francisco Hernández e instituyó por consejo de Juan de Herrera la Academia de Ciencias de Madrid cuya finalidad se orientaba en tres direcciones: impulsar los estudios científicos y artísticos que tenían un fundamento matemático, formar un buen plantel de profesores y publicar obras científicas clásicas.

Además, Felipe II fue un entusiasta de la alquimia. Hay que recordar que la alquimia aparece en Europa desde España, a través de Arnaldo de Vilanova y de Raimundo Llull. De todas las artes herméticas la alquimia era considerada la más digna, la más noble: el alquimista tenía, en cierto sentido, “el poder” de crear, de transformar una sustancia en otra. La alquimia era a la vez una técnica y una mística. Felipe II es protector del lulismo y, de la misma forma que su padre, se rodea de destacados lulistas; Juan de Herrera, arquitecto de El Escorial, era lulista y autor de una obra cabalística como el Tratado del cuerpo cúbico conforme a los principios y opiniones del Arte de Raimundo Lulio.

Antes que Felipe II personalidades como el arzobispo de Toledo, Alonso de Carrillo, gastaron mucho dinero durante largo tiempo “procurando “fazer oro e plata”; después, Felipe IV también recurrió a la alquimia.

En la Biblioteca escurialense había tal cantidad de libros de alquimia que se creó una sección de este disciplina; se podían encontrar textos como el De lapidibus, atribuido a San Alberto Magno, el De aqua vitae de Arnaldo de Vilanova o el Compendium aureum artis, de Juan de Rupescissa, por citar tres significativos textos alquímicos.

Aparato de destilación de Diego de Santiago

Cercana, pero independiente de la Botica escurialense se encontraba lo que Jehan Lhermite, gentilhombre de cámara del monarca español, en su obra Le Passetemps,  denominó la “mayson pour distiller des eaux”, esto es, el Laboratorio de destilación. Las principales actividades del Laboratorio eran la obtención de perfumes y la preparación de medicamentos. En él había cuatro importantes aparatos: un destilatorio formado por 32 vasos de destilación depositados en un cajón, una “torre filosofal” que tenía ciento veintiséis alambiques y unos cinco metros de altura, un artilugio formado por 26 vasos de vidrio conectados entre sí, ideado y construido por Diego de Santiago y otro artilugio que es el que describe Diego de Santiago en su Arte separatoria y que estaba formado por 72 vasos de destilación.

En el Laboratorio de destilación de El Escorial destacan Ricardo Stanihurst y el extremeño, ya citado, Diego de Santiago que tenía el título de “destilador de su Majestad”, uno de los numerosos puestos científicos de la casa real en tiempos de Felipe II y fue autor del más importante texto paracelsista de la España de la época: Arte separatoria (1598). 

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