En el nordeste de la provincia de Buenos Aires, en la República Argentina, se ubica la cuenca del río Luján, un lugar excepcional para estudiar geología y paleontología. En el siglo XVIII era un territorio de la Corona española. Pues bien, en las barrancas del río, el fraile dominico Manuel de Torres (1750-1817), interesado en los estudios de la Naturaleza, fue informado por el alcalde de la ciudad de Luján de la existencia de unos restos óseos que parecían tener una gran importancia.
Era el año 1787 y los huesos, que eran de un animal de gran
tamaño, se almacenaron en el palacio del entonces virrey de La Plata, Nicolás
de Campo. Torres, que fue el director de la exhumación de la osamenta
encontrada y primer artífice de esta historia, tiene en la nación sudamericana
un museo (fundado en 2003) que lleva su nombre: en la ciudad de San Pedro, provincia
de Buenos Aires.Dibujo de los huesos hallados en un barranco del río Luján
En el territorio americano se hicieron
los primeros dibujos del animal, que corrieron a cargo del teniente de
artillería Francisco Javier Pizarro y del cartógrafo, militar e ingeniero
portugués, José Custodio de Sáa y Faría, colaborador que fue de la Expedición
Malaspina. Así, el teniente realizó dos dibujos: uno, a partir de los huesos
sueltos, y el segundo, asesorado por el dominico que, probablemente, dispuso el
esqueleto en el mismo terreno; Torres, asimismo, realizó una nota a este
segundo dibujo. Las dos obras de Pizarro fueron copiadas en Buenos Aires por
Sáa y Faria.
El año siguiente, en mayo de 1788, los
huesos fueron embalados en 7 cajones, que pesaban un total de 786 kg, y enviados
a la Península Ibérica en la fragata Cantabria,
que llegó a El Ferrol en agosto. En septiembre, el rey Carlos III los recibió
y, por su orden fueron armados en el Real Gabinete de Historia Natural Madrid.
El montaje permitió incrementar sus fondos y, asimismo, que pudiera ser estudiado por los científicos
de la época.
Carlos III, interesado por el asunto que
nos ocupa, hace una petición al virrey de
La Plata para que se investigue la
posible existencia en esos territorios de algún animal vivo semejante y, en ese
caso, se remita a Madrid y si está muerto, se diseque. Evidentemente, la creencia en la inmutabilidad
de las especies era una característica del mundo científico de la época. Nadie,
en efecto, encontró un ejemplar vivo semejante, ya que estos animales
desaparecieron al final del Pleistoceno.
Desde 1777 trabajaba en el citado Gabinete el valenciano Juan Bautista Bru de Ramón (1740-1799), la segunda figura fundamental en esta historia. Aunque Bru fue contratado en ese centro como “pintor y primer disecador”, se formó muy pronto como científico y, conocedor de diversas lenguas, estaba al tanto de muchas publicaciones de historia natural. Durante las dos décadas que trabajó en este lugar, se dedicó exclusivamente al estudio de los vertebrados y publicó una excelente Colección de láminas que representan los animales y monstruos del Real Gabinete de Historia Natural de Madrid (1784-1786), que fue la primera obra del Real Gabinete.
Bru fue el encargado de los restos óseos
que venían de La Plata: tenía que mostrar la morfología de un animal
desconocido para la ciencia. La primera impresión del valenciano fue haber
recibido, según su expresión, “un montón de huesos inconexos”, aunque tuvo la
ayuda del dibujo realizado en el territorio americano. Consideró que se trataba
de una especie extinguida de un animal con algunos parecidos a los cuadrúpedos
actuales.
En 1789 William Carmichael, aficionado a la historia natural y
representante de EE.UU. en Madrid, se informó del trabajo de Bru. Se dio la
circunstancia de que Thomas Jefferson, futuro presidente norteamericano y
embajador de EE.UU. en París, era muy aficionado a la paleontología de los grandes
vertebrados y participaba en el estudio de un animal similar. Carmichael escribió un informe a Jefferson en el
que decía que le había enviado “una descripción del esqueleto de un animal
descubierto recientemente en la América española. Supongo que todo ello le
interesará, aunque esta última descripción es exclusivamente para su uso
personal, porque el museo de historia natural de esta ciudad va a publicar
pronto una memoria sobre este animal y la persona que me ha proporcionado el
esquema adjunto y las notas desea que sus observaciones no se hagan públicas”.
El autor del esquema y de la descripción era Bru.
Y es que en cinco años el valenciano
había hecho un estudio anatómico y montado el esqueleto “sobre un pedestal
grandioso en una sala de petrificaciones de este Real Gabinete”, escrito una
monografía sobre este asunto, con 22 dibujos del animal ya montado y de los
huesos sin montar. Finalmente, los dibujos fueron agrupados en cinco grabados
realizados por Manuel Navarro.
El megaterio, en el Museo Nacional de Ciencias Naturales. Foto del MNCN |
Sin embargo, los trabajos de Bru, por razones que se desconocen, no fueron publicados y entonces, el francés Phillipe-Rose Roume (que estaba en Madrid negociando la cesión de Santo Domingo a Francia), que conocía la existencia del esqueleto, obtuvo un juego de pruebas de las planchas que envió al Institut de France. Aquí, se encargó al eminente zoólogo y paleontólogo Georges Cuvier (1769-1832) un informe sobre el fósil. Dicho documento fue presentado diez días después de recibir el encargo, el 3 de julio de 1796, en la sesión del Institut de France. Ese año se publicó en el Magasin Encyclopédique, un artículo titulado: “Notice sur le squelette d’une très grande espèce de quadrupède inconnue jusqu’a present, trouvé au Paraguay et dépose au Cabinet d’Histoire Naturelle de Madrid”. Nótese el error de Cuvier al unicar el descubrimiento en Paraguay.
Cuvier situó el fósil en el grupo de
animales con uñas y sin incisivos. Era, por tanto, de la familia de los desdentados:
perezosos, pangolines, osos hormigueros, armadillos, etc. Primero lo denominó Megatherium americanum, después Megatherium fossile, señalando que era un animal extinguido. El artículo del
paleontólogo francés tuvo un gran impacto en el ámbito científico.
Ese año, era 1796, José Garriga,
ingeniero y colaborador de Bru llegó a un acuerdo con él para que le vendiera su
monografía científica y las cinco láminas que había realizado años antes.
Garriga quería editarlo a su costa ese año y así apareció la Descripción de un quadrúpedo muy corpulento
y raro, que se conserva en el Real Gabinete de Historia Natural de Madrid.
Garriga decía: “Me ha parecido que debía dar esta noticia al público, porque
con ella no sólo hago la debida justicia a Don Juan Bautista Bru, sino también
a nuestra nación, manifestando que los naturalistas de España no se han
descuidado tanto que no hayan descrito con la mayor prolijidad este esqueleto,
que es el primero que se recibió de su especie de los tres que existen ya en
este Reino”.
Así, en la obra de Garriga se podía leer
el texto de Bru y la traducción
castellana de la “Notice sur le squelette....” de Cuvier. La obra tuvo una
cierta difusión en el mundo científico aunque el impulso definitivo le fue dado
por lo que sucedió después.Lámina del megaterio de Juan B. Bru
El trabajo de Garriga fue la base sobre la que Cuvier publicó en 1804, cinco años después de la
muerte de Bru, un artículo titulado “Sur le megatherium”, en el que elogió al
valenciano. A continuación aparecía una traducción francesa de la obra de Bru y una reproducción de sus
dibujos. Esta publicación de Cuvier mostró a los científicos las aportaciones
del español a través de una de las más importantes revistas de la especialidad:
Annales du Muséum dllistoire Naturelle.
Toda esta historia es la de un suceso
pionero en la historia de la ciencia ya que era la primera vez que se descubría,
montaba y se realizaba el estudio anatómico del esqueleto de un megaterio y del
que fue el primer mamífero fósil.
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