El escorbuto es una enfermedad
carencial debida al déficit de ácido ascórbico (vitamina C) que es un compuesto
necesario para la formación de una proteína fundamental, el colágeno. El nombre
procede del latín: scorbutus.
El déficit de vitamina C en la dieta, por la disminución o ausencia de los alimentos ricos en ella (frutas y verduras frescas) generaba esta enfermedad en la que los pacientes tenían pequeñas hemorragias, encías sangrantes, cansancio y otros signos que, en muchos casos terminaban con la muerte por parada cardíaca. No obstante, es positivo el hecho por el que la toma de productos ricos en ácido ascórbico restituye la salud en muy poco tiempo.
Según el Diccionario histórico de la lengua española, la enfermedad se documenta por primera vez, con la variante “scorbuto”, en 1606 y con el significado de “enfermedad causada por falta de vitamina C (sic) y caracterizada por la aparición de múltiples hemorragias, anemia y úlceras en las encías”, en la traducción del francés de la Historia de los milagros de nuestra Señora de Monteagudo de Sichen de Rutger Velpius (1540-1614/15) realizada por César Clemente, pero tardará más de un siglo en documentarse en otro texto. Evidentemente, en 1606, nadie pensaba en la vitamina C.
La dolencia recibió diferentes
nombres y era muy conocida por los navegantes españoles y portugueses: “terrible
mal”, “peste del mar”, “mal del gusanillo”, “peste de las naos”, “mal de loanda”,
etc. y es que, aunque hay algunos datos
de la enfermedad desde tiempos remotos, el escorbuto no emerge de forma clara
hasta la época de los Grandes Descubrimientos Geográficos, en los siglos XVI y
XVIII.
Los signos de la dolencia,
referidos antes, son tan evidentes que las descripciones de la misma realizadas
en la Edad Moderna no dejan lugar a dudas. Así, por ejemplo, en la expedición
de García Jofré de Loaysa (1490-1526) para
colonizar las Molucas (islas ricas en especias), cuyos dominios eran disputados
por España y Portugal, murieron de escorbuto el citado Loaysa y Juan Sebastián
Elcano (c.1486-1526). Así lo cuenta Andrés de Urdaneta y Ceráin (1508-1568): “Toda
esta gente que falleció murió de crecerse las encías en tanta cantidad que no
podían comer ninguna cosa y más de un dolor de pechos con esto; yo vi sacar a
un hombre tanto grosor de carne en las encías como un dedo, y otro día tenerlas
crecidas como si no hubiera sacado nada”.
El navegante y científico Pedro Sarmiento de Gamboa (c.1532-1592) en su obra Viajes al Estrecho de Magallanes decía que después de varios meses de navegación “...unos padecían de calenturas especialmente dio una enfermedad... que es hincharse las encías, y se aposteman y mueren muchos dello, y el que no muere padece mucho”.
El que fuera médico de Felipe II
y religioso agustino, Agustín Farfán (1532-1604), publicó en 1579 el Tractado breve de Anathomia y Chirugia, y de
algunas enfermedades, que más comúnmente suelen haver en esta Nueva España,
en el que refiere la úlceras bucales y el remedio para las mismas: “A los que
no tenían cuidado se les pudrían las encías y descalcificaban los dientes y la
boca se les hinchaba. Para prevenir este estado, tomaban el jugo de medio limón
o de una naranja amarga que mezclaban con alumbre tostado o pulverizado”.
Sin embargo, el personaje más
importante de esta historia es el extremeño, u onubense, Sebastián Vizcaíno (1548-1628).
Fue un marino y el primer embajador de España en Japón, pero principalmente es
recordado por haber realizado exploraciones
(1602) para cartografiar la cuenca del Pacífico Norte de manera que, según
Humboldt, es uno de los mayores navegantes del siglo XVII. Su importancia, en
relación con el escorbuto, es la de que realiza una de las más precisas descripciones de la enfermedad y sus remedios.
Éstas aparecieron en un texto titulado Monarquía
Indiana, que data de 1615 y que fue escrito
por fray Juan de Torquemada.Sebastián Vizcaíno
De la pormenorizada descripción de
la enfermedad he escogido los siguientes fragmentos: “Da lo
primero de todo un dolor universal de todo el cuerpo y en especial de todo el
cuerpo abaxo; y queda tan vidrioso y sensible que cualquier cosa que le toca le
causa tanto dolor que si no es a gritos y voces no se puede tener descanso, ni
un punto de sosiego”; “se llena todo el cuerpo de unas pintas moradas”; “luego unos
verdugones ... que cogen desde medio muslo hasta las rodillas”; “y con esto
quedan las piernas envaradas que no se pueden extender ni encoger”; “este mal
humor se derrama por todo el cuerpo y en especial carga más en las espaldas que
en otra parte y con esto da unos terribles dolores de espaldas, lomos y
riñones, que no dejan mover un miserable cuerpo sino a costa de dolores y
gritos, que son tan crueles, que todos tuvieran por muy buena suerte morir
antes que padecerlos”; “las encías de la boca, altas y baxas, y las de dentro y
fuera de los dientes, crecían y se hinchaban tanto que los dientes y muelas no
se podían juntar unos con otros y quedaban los dientes tan descarnados y sin
arrimo, que en meneando la cabeza se meneaban ellos y hubo personas que por
escupir la saliva que se les venía a la boca, escupían algunos los dientes de
dos en dos. Con esto no podían comer sino cosas líquidas bebidas”.
A continuación expone los
remedios, de los que elijo los siguientes apartados:
“…el general hizo se llevase
algún refresco a los de la nao, como fue gallinas, pollos, cabritos. Pan y frutas
de papayas, plátanos, naranjas, limones, calabazas y chiles”; “En el navío no
se oían, cuando aquí llegó, sino gritos y exclamaciones a Nuestra Señora, que
fue la patrona y amparo de este viaje; y así ella, como madre piadosa, se
compadeció de tanta gente y acudió de suerte que en diez y nueve días, que la
nao aquí estuvo, cobraron todos salud y fuerzas y se levantaron de las camas. Sabrán
los que esta relación leyeren que no hubo medicinas, ni drogas de boticas ni
recetas ni medicamentos de médicos ni otro remedio humano que se entendiese ser
medicamento y medicina contra esta enfermedad; y si algún remedio humano hubo
fue, el uno, el refresco de las comidas frescas y sustanciosas… y en comer de
una frutilla que se halló en estas islas de que hay mucha abundancia, que los
naturales de allí llaman xocohuitztles”.
Finalmente, refiere cómo se supo de su importancia: “El modo como se conoció la virtud de esta fruta fue que saliendo algunos soldados a la isla, con el padre comisario a decir misa y enterrar unos difuntos, un cabo de escuadra llamado Antonio Luis, como vio la frutilla, con ánimo de probar cosas de tierra, comenzó a partir y comer de ella con grandísimo trabajo y dolor de la boca, dientes y encías; y como sintió buen gusto en ella comióse una como pudo, y luego comenzó a echar por la boca mucha sangre podrida; y cuando metió otra en la boca sintió que los dientes no le dolían tanto y que la podía mascar mejor; y así fue en aumento la mejoría, mientras más comía; y cuando vino al navío contó lo que le había pasado con la frutilla y trajo alguna consigo que repartió con sus amigos, y todos se hallaron con la mejoría que su amigo se hallaba; y así acudieron a la isla a traer de ella y a comer todos de ella; y con esto, cuando el general vino de tierra halló cómo algunos podían ya comer; y así les entró en provecho el nuevo sustento que cada día se les traía; y con sólo estas dos cosas sanaron todos y cobraron salud, dentro de diez y nueve días”.
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