Hasta los años de juventud del madrileño Andrés Manuel del Río y Fernández (1764-1849) nadie podía sospechar la dirección de un adolescente que había destacado en latinidad y griego en el Real Colegio de San Isidro y que a los dieciséis años se había graduado de Bachiller en Teología por la Universidad de Alcalá de Henares.
Andrés Manuel del Río |
No obstante, persona de talento para las ciencias, en 1782 se incorporó como pensionado a la Casa Academia de Minas de Almadén. Creada en 1777 por Real Cédula del Rey Carlos III, fue la primera Escuela de Minas de España y la cuarta del mundo, después de las alemanas de Freiberg (1757) y Schemittz (1770) y la rusa de San Petersburgo (1772). Posteriormente se creó una en París.
En la referida Real Cédula se quería
“enseñar a los jóvenes matemáticos, que se remitirán de estos Reynos, y los de
América, para que se destinen e instruyan en la teórica y prácticamente, la
geometría subterránea [medición de las minas] y la mineralogía”. El primer
director de academia almadenense fue el ingeniero de minas alemán Enrique
Cristóbal Störr (¿?- 1802), que estuvo en este puesto desde la fundación hasta
1792.
En 1785 Andrés Manuel del Río marchó a París,
a L’Ecole Royale de Mines y al Collège de France, donde estuvo pensionado durante
cuatro años con Jean D’Arcet (1724-1801), especialista en química aplicada. También
realizó estudios ajenos a la geología y minería: anatomía, fisiología, historia
natural etc. Después marchó a las entonces prestigiosas escuelas de minas de
Freiberg, donde conoció a científicos tan importantes como Abraham Gotlob
Werner (1750- 1817), uno de los padres de la mineralogía y la geología; también
estuvo en Schemnitz, en la Real Academia de Minas y Bosques de Banská Štiavnica.
En 1792 fue nombrado profesor de Química
del Real Seminario de Minería de México, por recomendación de su director, el
logroñés Fausto de Elhuyar (1755-1833), que también había estado en Freiberg. Del
Río, sin embargo, prefirió ejercer la docencia en Mineralogía, porque se
consideraba mejor preparado en esta especialidad, y su deseo fue aceptado. Así, desde Cádiz partió hacia la Nueva España en
agosto de 1794 y empezó su trabajo en América en 1795.
El Real Seminario de Minería era una
institución dependiente de la Corona y subsidiada por los mineros en la que,
durante cuatro años, los alumnos recibían una formación en matemáticas, física, química y mineralogía, para
después cursar un año de prácticas en
las minas. El centro fue considerado, en 1803, por el excelente naturalista
alemán Alexander von Humboldt (1769-1859) — amigo y antiguo compañero de clase
de del Río en Freiberg— como el mejor de América.
Cuando finaliza el curso de 1802, en los
actos que se celebran en el Real Seminario de Minería, comunica su
descubrimiento en su discurso académico. Sin embargo, para darle difusión se
dirige a la revista científica más
importante de habla española, los Anales
de Ciencias Naturales, que había fundado en 1799 (con Cristiano Herrgen, Louis
Proust y García Fernández) el abate valenciano Antonio José Cavanilles y Palop
(1745-1804). Del Río notificó su descubrimiento, que apareció como una pequeña nota en la
referida revista y así, en el tomo VI,
número 16, del año 1803, aparece la “Introducción a las Tablas comparativas de
las sustancias metálicas”. En ellas están los diferentes géneros, que se
identifican con metales, entre los que se encuentra el recién descubierto
pancromo: “Nueva substancia metálica anunciada por D. Manuel del Río en una
Memoria dirigida desde México al Sr. D. Antonio Cavanilles, con fecha 22 de
septiembre de 1802”.
El citado antes Humboldt entregó una
muestra de plomo pardo, acompañada de una carta del madrileño, a eminentes científicos que estaban en L’École
Royale de Mines de París. Llegaron a la conclusión de que el pancromo
era un mineral del que ya se tenía conocimiento, el cromio. Otros
análisis también negaron el descubrimiento, hecho que fue admitido,
humildemente, por el madrileño.
Afortunadamente, las investigaciones, al
menos en este caso, no finalizaron en Francia. En 1828, la muestra parisina del
científico español llegó al laboratorio del químico alemán Friedrich Wöhler
(1800-1882). Éste confirmó y notificó al químico sueco Jöns Jacob Berzelius (1779-1848)
que el eritronio era muy diferente del pancromo o cromio.
Dos años después, el también químico
sueco Nils Gabriel Sefström (1787-1845) anunció el descubrimiento de un nuevo
elemento obtenido en la mina Taberg en Småland, Suecia. Sefström compartió su
descubrimiento con Wöhler y con J. J. Berzelius, quien lo denominó “vanadio” en
honor a Vanadis, la diosa escandinava de la belleza y la fertilidad.
Berzelius vio entonces que el eritronio
y el vanadio eran el mismo mineral, el de
Wöhler.
El tiempo confirmó el descubrimiento de Andrés del Río, pero no modificó el nombre del vanadio que, en vez de llamarse eritronio, ha permanecido con una nominación mitológica. Así se quejaba el madrileño, un año antes de su fallecimiento: “el uso, que es tirano de las lenguas, ha querido que se llame vanadio, por no sé qué divinidad escandinava; más derecho tenía otra mexicana, que en sus tierras se halló hace treinta años”.
Del Río fue autor de una obra científica importante (discursos, artículos, libros, traducciones, etc.) que apareció en diversos países y diferentes lenguas. De ella hay que destacar unos Elementos de Orictognosia ó del conocimiento de los fósiles, dispuestos según los principios de A. G. Wérner para el uso del Real Seminario de Minería de México, en dos tomos publicados en 1795 y 1805. Hay que tener en cuenta que lo que entonces se llamaban fósiles eran los actuales minerales.
Como corolario final diremos que en la Península ibérica, en la población extremeña de Santa Marta de los Barros (Badajoz), había una mina que, en los años en los que vivió del Río, fue la más grande explotación mundial de vanadio en el mundo. La mina se abandonó en la segunda década del siglo XX.
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