Uno de los aspectos más sobresalientes de la ciencia del siglo XVIII español lo constituyen las expediciones científicas. Aunque no se limitaron a esa época, es durante ella cuando la actividad expedicionaria se expresa de una forma más sobresaliente. La segunda mitad del siglo XVIII supuso un fortalecimiento de la monarquía de una manera política y no militar. En efecto, en las tierras americanas se produjo un proceso de “neocolonización” por obra de muchos hombres de ciencia, fue un lugar de destino de científicos españoles (y extranjeros) que iban a inventariar la riqueza florística, zoológica, mineral... de las comarcas allende el Atlántico, porque allí había una riqueza que podía hacer grande a la monarquía: quina, pimienta, clavo, café...
Hay un empeño de los gobiernos ilustrados por promover el estudio y conocimientos de las Ciencias de la Naturaleza ; en este sentido, en los Anales de Historia Natural se decía que el gobierno está “ocupado siempre en contribuir a la perfección de esta inmensa obra ha enviado sujetos instruidos a registrar las dilatadas regiones de sus dominios; ha destinado a otros a viajar por la Europa y a tratar con los primeros sabios de las ciencias naturales; ha establecido depósitos y establecimientos análogos a cada una; y ha costeado la publicación de nuestros descubrimientos”.
Tanto la Corona como la iniciativa privada patrocinan expediciones. Son muchas las que tuvieron como finalidad la historia natural: botánica, zoología, geología, etnografía, etc.; también las hubo geográficas: hidrografía, astronomía, geoestrategia, etc.; por último, un conjunto de expediciones tuvo un asunto diverso: médico, de fomento de la agricultura, comercio, etc.
Durante los reinados de Carlos III y de su sucesor en el trono, se organizaron importantísimas expediciones científicas: en Chile y Perú estuvieron entre 1777 y 1788 Hipólito Ruiz (1752-1816) y José Pavón Jiménez (1754-1840); al Reino de Nueva Granada, entre 1783 y 1808, fue José Celestino Mutis y Bosio (1732-1808); en Nueva España anduvieron entre 1787 y 1803 Martín de Sessé y Lacasta (1751-1808) y Vicente Cervantes (1755-1829); Alejandro Malaspina (1754-1809) fue director de un amplio proyecto de estudio, durante 1789 y 1794, de la costa occidental del continente americano y de vastas zonas del océano Pacífico; y, en fin, un gran número de españoles era partícipe de uno de los períodos científicos más fructíferos de nuestra historia. En muchos casos, los datos que proporcionaron sobre los naturales de aquellas tierras fue la fuente de la que bebieron los grandes antropólogos extranjeros del XVIII.
En 1811, cuando la actividad científica española empezaba a detenerse, uno de los más importantes naturalistas de todos los tiempos, Alexander von Humboldt (1769-1859), escribía, en el Ensayo político sobre el reino de Nueva España y en relación con la botánica, lo siguiente: “Ningún gobierno europeo ha invertido sumas mayores para adelantar el conocimiento de las plantas que el gobierno español. Tres expediciones botánicas, las de Perú, Nueva Granada y Nueva España, han costado al Estado unos dos millones de francos. Además se han establecido jardines botánicos en Manila y las islas Canarias. La comisión encargada del trazado del canal de Güines recibió también la misión de examinar los productos vegetales de la isla de Cuba. Toda esta investigación, realizada durante veinte años en las regiones más fértiles del nuevo continente, no sólo ha enriquecido los dominios de la ciencia con más de cuatro mil nuevas especies de plantas; ha contribuido también grandemente a la difusión del gusto por la Historia Natural entre los habitantes del país”.
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