Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

05 julio, 2012

La Inquisición y los libros científicos (I)


La Inquisición impregnó la vida española durante muchos años, dejó su sello indeleble en la vida cotidiana de los hombres de nuestra península, en sus manifestaciones populares y en su cultura. La Inquisición en España ha sido el punto de partida, la base y el fundamento que ha explicado de una manera “admirable” todos los males sufridos por estos reinos durante los siglos XVI y XVII. Si alguna acción se ha hecho mal fue por culpa de la Inquisición; si por el contrario se hizo bien, lo fue a pesar de ella. En el ámbito científico y más concretamente en el de los libros sometidos a la censura inquisitorial las cosas fueron muy peculiares y no se suelen ajustar a los tópicos que circulan.

La mayor parte de las obras científicas censuradas eran de medicina y astrología, que entre las dos constituyen más de la mitad de los libros prohibidos. Le siguen en importancia, y en orden decreciente, los textos de filosofía natural, matemáticas, historia natural, geografía, alquimia, etc.
En lo que respecta a los libros de medicina, la mayoría fueron permitidos, bien con la nota previa o con las parciales expurgaciones. La censura afectó a autores medievales como Arnau de Vilanova y, muy especialmente, a los médicos humanistas del Renacimiento: Clusius, Mercurialis, Fuchs, Cardano, etc. Con los autores clásicos se produce una circunstancia peculiar: es evidente que Hipócrates, Galeno, Dioscórides y muchos otros médicos de la Antigüedad no eran herejes, no podían serlo, pero sus obras circulaban editadas, traducidas y comentadas por autores que sí lo eran; consecuentemente había que tener una vigilancia de estos textos como de los otros. En su mayoría fueron autorizados con nota.
Solamente siete obras médicas españolas, impresas en territorio español, fueron sometidas a la censura inquisitorial. Las dos más valiosas, desde el punto de vista científico, fueron los comentarios de Andrés Laguna (ca.1510-1559) a la obra de Dioscórides: Pedacio Dioscorides Anazarbeo, acerca de la materia medicinal, donde la censura no hizo grandes daños, y el Examen de ingenios para las sciencias de Juan Huarte de San Juan (1529-1588), obra en la que el autor tuvo que realizar cambios muy importantes.
Es interesante apuntar un detalle que nos dará una idea clara del funcionamiento inquisitorial respecto de las obras médicas. Uno de los textos más sobresalientes de la medicina renacentista fue la famosísima Fabrica, del bruselense que ejerciera en España en la corte de Felipe II: Andrés Vesalio (1514-1565). Fue editada por primera vez en Basilea en 1543, delatada para expurgo en1648, e incluida en el Índice de 1707, después de multitud de ediciones... ¡y de haber influido en la medicina española durante ciento cincuenta años! La expurgación de la obra vesaliana fue ridícula y afectó a dos pequeños pasajes.
Contrariamente a lo que se dice, la alquimia fue un saber cuyos textos no fueron objeto de especial ensañamiento por el Santo Oficio. Hay que tener en cuenta que la alquimia fue una actividad marginal en la que abundan los manuscritos. Además, tanto éstos como los libros de esa especialidad están redactados en un lenguaje críptico, con indescifrables símbolos y con alegorías y metáforas que carecían de explicación para los no iniciados.
Entre todos los conocimientos herméticos, los de alquimia son considerados los más dignos: el alquimista tenía, en cierto sentido, “el poder” de crear, de transformar una sustancia en otra, lo que hacía de la alquimia una disciplina, a la vez, técnica y mágica. A pesar de todo siempre tuvo una mala reputación que se debía, principalmente, a su carácter ocultista y a su lenguaje rebuscado. Por ello, los alquimistas no gozaban de consideración ni de prestigio. No obstante, sus textos, en general, no se hallaban en el Índice: menos del 4% de las obras científicas censuradas en los diferentes Índices eran de alquimia; es más, la Iglesia en Trento no condenaba a la alquimia salvo cuando intervenía en el fraude de ofrecer oro falso.

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