Andrés Laguna (ca. 1510-1559) fue un médico segoviano, de familia judeoconversa, que tuvo en su época una excelente reputación por su saber. Su formación intelectual la adquirió en la Universidad de París, centro que conservaba por aquel entonces las esencias de la medicina tradicional, esto es, era un lugar poco abierto a aquellos conocimientos que fueran diferentes de los que podían encontrarse en los textos del médico por excelencia: Galeno.
Laguna ejerció su profesión en muchos lugares de Europa: Inglaterra, Países Bajos, Francia, Italia, etc. Aunque su obra más conocida fueron los comentarios que hizo a la Materia medica de Dioscórides, también escribió un texto de anatomía titulado Anatomica methodus (1535) en el que criticaba la forma tradicional de la época de enseñar esta disciplina científica. En el siglo XVI, el “barbero”, ignorante en asuntos anatómicos, realizaba la disección pero carecía de conocimientos para explicar lo que estaba realizando. Laguna escribe contra esta situación, antes que el gran impulsor de la reforma de los estudios anatómicos de su tiempo: Andrés Vesalio (1513-1564). Laguna habla del ciego de esta manera:
“… o monóculo que es, sin duda alguna, el intestino que aparece más lleno de heces. Se le denomina ciego porque parece tener un solo orificio de entrada y también de salida, aunque en realidad tiene dos muy pequeños que no están distanciados, sino situados uno al lado de otro. Muchos, en efecto, han creído que tenía un sólo orificio y que su forma era la de un falso intestino, pensando que pendía como un vientre relleno en cuyo fondo no existía abertura. No obstante, quien desee conocer con rigor el ingenio de la naturaleza, conviene que diseque incluso las partes más sucias y que examine con sumo cuidado su posición, formas, número y consistencia. Cuando se realizaba en París una anatomía del cuerpo humano y todos los estudiantes de medicina compañeros míos y también los barberos que estaban encargados de disecar se apartaron del cadáver a causa del hedor de los intestinos y continuaron pensando que el intestino ciego, al que ni siquiera habían dirigido los ojos, tenía un sólo orificio, yo, tomando un escalpelo, lo disequé y con un palito mostré claramente a todos dos orificios situados en el mismo lugar, uno de ellos de entrada y el otro de salida. Había leído en Mondino, no tan ignorante como tosco, que era tal como lo comprobé ocularmente.”
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