Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

25 noviembre, 2011

Una descripción de la sangría en el siglo XVII

Los cirujanos españoles de los siglos XVI y XVII no tenían una enseñanza reglamentada de la cirugía, si bien, para poder ejercer como tales, debían justificar haber practicado durante cuatro años en algún hospital, o población donde hubiera un cirujano. Aunque en casi toda Europa había una significativa diferencia intelectual entre médicos y cirujanos, en España e Italia esas dos profesiones se habían aproximado científicamente de tal manera que en algunas localidades había escuelas de cirujanos gobernadas por médicos, se habían creado cátedras de cirugía en importantes universidades españolas e italianas y había profesionales de la medicina dedicados a esa especialidad.
Estebanillo González nos relata una sangría en su obra autobiográfica y picaresca: Vida y hechos de Estebanillo González. Hombre de buen humor. Compuesto por él mesmo (1646).
 Estebanillo estuvo de aprendiz de cirujano y ocupaba “los ratos libres en leer unos libros que tenía de cirugía”. Después, marchó al hospital de Santiago de los Españoles, hospital militar construido por Pedro de Toledo, donde dijo que era “barbero y cirujano examinado, y no de los peores en aquel arte” y donde realizó una sangría de esta manera:
Ofrecióse una sangría el mismo día que entré en la dignidad, y el cirujano, por hacer prueba de mí, me la encomendó. Yo, llegándome a la cama del enfermo, le arremangué el brazo derecho, y estregándoselo suavemente, le di garrote con un listón de un zapato que había pescado a una moza de un ventorrillo en el discurso del camino.  Saqué la lanceta, y por haber leído, cuando andaba trashojando los libros de mi postrer amo, que para ser buena la sangría era necesario romper bien la vena, adestrado de ciencia y no de experiencia, la rompí tan bien, que más pareció la herida lanzada de moro izquierdo que lanceta de barbero derecho. Al fin, salí tan bien della, que solamente quedó el doliente manco de aquel brazo y sano del izquierdo, por no haber llegado a él la punta de mi acero, de que Dios libre a todo fiel cristiano”.

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