La utilización del mundo vegetal ha sido una actividad permanente del boticario. Uno de los primeros textos en los que se legisla la profesión farmacéutica en España es el Código de las Siete Partidas (1263) de Alfonso X donde podemos leer que “los boticarios que dan a los hombres a comer y beber escamonea u otra medicina fuerte, sin mandato de los físicos [médicos], si alguno bebiéndola se muriese por ello, debe tener el que la diese pena de homicida”.
Desde el año 1477 el Tribunal del Protomedicato, en la Corona de Castilla, y las cofradías y colegios, en la de Aragón, se encargaban de los exámenes que avalaban el ejercicio de estos primitivos farmacéuticos. Los boticarios no tenían una enseñanza regular, pero como para realizar las pruebas antes dichas debían conocer el latín y haber hecho cuatro años de prácticas en una botica, el nivel intelectual y científico de estos profesionales fue más que aceptable.
Los boticarios son descritos de manera genérica en el Licenciado vidriera (1613) de Miguel de Cervantes, y parece que no hacían mucho caso del Código del Rey Sabio al que me he referido antes. El protagonista de la novela, Tomás Rodaja, nos da una información de la profesión:
“–Vuesa merced tiene un saludable oficio, si no fuese tan enemigo de sus candiles.
–¿En qué modo soy enemigo de mis candiles? – preguntó el boticario.
Y respondió Vidriera:
–Esto digo porque en faltando cualquiera aceite, la suple el del candil que está más a mano; y aún tiene otra cosa este oficio, bastante a quitar el crédito al más acertado médico del mundo.
Preguntándole por qué, respondió que había boticario que, por no decir que faltaba en su botica lo que recetaba el médico, por las cosas que le faltaban ponía otras que a su parecer tenían la misma virtud y calidad, no siendo así; y con esto, la medicina mal compuesta obraba al revés de lo que había de obrar la bien ordenada”.
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