En
España se dieron unas circunstancias que promocionaron la lengua romance; entre
éstas se puede destacar la utilización del castellano por Carlos I como
instrumento imperialista. Así, en 1536, llegó a pronunciar un discurso, ¡en
castellano!, ante el papa Pablo III y las diplomacias francesa y veneciana, lo
que iba en contra de los protocolos más tradicionales, que exigían el uso del
latín.
Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio
(Santiago Ramón y Cajal)
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28 mayo, 2013
21 mayo, 2013
Los partidarios de la lengua latina en la España del siglo XVI
¿Por
qué se escribe en latín en la España científica del siglo XVI? ¿Qué razones
esgrimen los defensores del latín como lengua científica?
Uno
de los primeros argumentos a favor de la utilización de latín se basaba en su
universalidad: un libro escrito en latín podría ser leído por cualquier hombre
de ciencia de cualquier país, algo que no sucedería con las obras escritas en
lenguas vulgares. Algo parecido a lo que hoy ocurriría si alguien creyera que
sus trabajos científicos, publicados en una lengua diferente del inglés, iban a
ser leídos por la comunidad científica internacional. A esto había que añadir
el importante papel jugado por la imprenta ya que, si se publicaba en latín,
los impresores tenían menos problemas para difundir los textos científicos en
las diferentes ferias internacionales.
14 mayo, 2013
El lenguaje científico en el siglo XVI español
En
la Baja Edad Media, y en la península Ibérica, el catalán y el castellano
tenían una importancia muy superior a la que poseían en el resto del continente
las demás lenguas europeas y, quizás por ello, en 1492 se publicó en España la
primera gramática de una lengua romance, la Gramática
sobre la lengua castellana de Antonio de Nebrija (1441-1522). Sin embargo,
en el Renacimiento esta tradición de los años precedentes se vio, en gran
medida, interrumpida por la influencia del latín como lenguaje científico.
20 octubre, 2011
Unas oposiciones de Severo Ochoa
Es el año 1935 y Juan Negrín propone al que había sido su discípulo en la Universidad Central de Madrid y en la Residencia de Estudiantes, Severo Ochoa Albornoz (1905-1993), para que se presente a las oposiciones que se han convocado para cubrir la plaza de catedrático de Fisiología en la Universidad de Santiago de Compostela. Ochoa se muestra reacio ya que el futuro premio Nobel sólo desea trabajar en la investigación. Sin embargo, su antiguo maestro le convence para que se presente a la cátedra porque con una plaza fija en la Universidad podrá tener más medios para investigar.
12 abril, 2011
Las ciencias desamparadas, a los ojos de Menéndez Pelayo
Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912) ha sido, y es, una personalidad controvertida en el panorama cultural español. Aunque los trabajos del erudito santanderino son el punto de partida de muchos los estudios que se han realizado después que él los hubiera comenzado, de su obra sólo se destacan algunos párrafos de sus fogosas obras juveniles y sus detractores olvidan su sereno razonamiento en la edad madura; parece como si el polígrafo montañés no hubiera escrito nada después de haber cumplido veinticinco años. Muchas veces se le cita con referencias superficiales, citas de una cita que contiene una cita que, a su vez, es citada por alguien que, probablemente no leyó una sola jota de la abundante bibliografía de este hombre extraordinario.
Todo esto viene a cuento porque Menéndez Pelayo ha sido el paradigma del hombre de letras. Sin embargo, su enorme cultura, sin límites, le hizo fijarse y detener su pensamiento en muchos de los problemas de la cultura española de su tiempo, entre los que se encontraban los que afectaban a la política científica de nuestro país. En 1893 se publicó el que fuera el discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales del académico Acisclo Fernández Vallín; el texto iba precedido por un proemio del bibliófilo de Santander, que a la sazón contaba treinta y siete años, titulado “Esplendor y decadencia de la cultura científica española”. En estas páginas se queja del “desamparo y abandono en que yace la facultad de Ciencias”, a la que considera la auténtica “Cenicienta” de las facultades universitarias españolas. Menéndez Pelayo dice que este centro tiene que ser
“una escuela cerrada de purísima investigación, cuyos umbrales no traspase nadie cuya vocación científica no hubiera sido aquilatada con rigurosísimas pruebas y entrase allí no como huésped de un día, sin afición ni cariño, sino como ciudadano de una república intelectual, a la cual ha de pertenecer de por vida, ganando sus honores en ella no con risibles exámenes de prueba de curso, que en la enseñanza superior son un absurdo atentado a la dignidad del magisterio, sino con la colaboración asidua y directa en los trabajos del laboratorio y de la cátedra, como se practica en todas partes del mundo, sin plazo fijo para ninguna enseñanza, sin imposición de programas, con amplios medios de investigación y con la seguridad de encontrar al fin de la jornada la recompensa de tanto afanes, sin necesidad de escalar una cátedra por el sistema tantas veces aleatorio de la oposición, que desaparecerá por sí mismo cuando el discípulo, día por día, se vaya transformando en maestro, pero que ahora conviene que subsista, porque todavía es el único dique contra la arbitrariedad burocrática.
Cuando tengamos una Facultad de Ciencias (basta con una) constituida de esta suerte, y cuando en el ánimo de grandes y pequeños penetre la noción del respeto con que estas cosas deben ser tratadas, podemos decir que ha sonado la hora de la regeneración científica de España. Y para ello hay que empezar por convencer a los españoles de la sublime utilidad de la ciencia inútil” [las cursivas son del autor].
03 diciembre, 2010
Inicios de la hidroterapia
La terapéutica hidrológica tuvo una gran importancia durante todo el siglo XIX. Un balneario era un centro de descanso y distracción para algunos grupos sociales y un lugar donde existía la posibilidad de curar ciertas dolencias, hechos ambos que quedan reflejados en numerosas páginas literarias. En muchas novelas españolas de la época se aprecian algunas de las características del balneario, español o extranjero, y de la cura balnearia.
Durante el siglo XVIII hubo varios intentos por parte de los médicos españoles de estudiar las fuentes naturales de nuestro país mas, sin embargo, los conocimientos científicos sobre las aguas mineromedicinales españolas eran escasos al iniciarse el siglo XIX y el estado de abandono completo en el que se encontraba la mayor parte de las fuentes no se modificó hasta 1816. En ese año, un Real Decreto de Fernando VII creaba las bases de lo que iba a ser el Cuerpo de Médicos de Baños.
Este fue el punto de partida de la creación, el año siguiente, del cuerpo de Médicos-Directores de estos establecimientos, con lo que tanto “la creación del Cuerpo como el Reglamento de Baños de 1817 convirtieron el balnearismo en una actividad intensamente medicalizada”.
Además hubo, por parte de la casa regia, un impulso a los balnearios ya que los miembros de la misma veían con buenos ojos las actividades terapéuticas de estos centros: sabemos que Fernando VII estuvo unos días en el de Arnedillo para mitigar unas dolencias que tenía en una pierna y que su segunda esposa, Isabel de Braganza, fue a tomar unos baños a Sacedón, que se denominó Isabela en su honor, centro que visitaba asiduamente buscando la curación de su gota. Asimismo, en 1826, llevó a su tercera esposa, María Josefa Amalia de Sajonia, al balneario conquense de Solán de Cabras.
Durante gran parte del siglo XIX la mayoría de los directores de los balnearios ejercían su cargo como interinos en establecimientos de segunda fila, es decir, en aquellos que habían sido declarados de utilidad pública pero que tenían pocos agüistas. Los que pertenecían al Cuerpo de Médicos Directores trabajaban en los balnearios más importantes y con mayor concurrencia de bañistas.
29 octubre, 2010
Primeros farmacéuticos
La utilización del mundo vegetal ha sido una actividad permanente del boticario. Uno de los primeros textos en los que se legisla la profesión farmacéutica en España es el Código de las Siete Partidas (1263) de Alfonso X donde podemos leer que “los boticarios que dan a los hombres a comer y beber escamonea u otra medicina fuerte, sin mandato de los físicos [médicos], si alguno bebiéndola se muriese por ello, debe tener el que la diese pena de homicida”.
Desde el año 1477 el Tribunal del Protomedicato, en la Corona de Castilla, y las cofradías y colegios, en la de Aragón, se encargaban de los exámenes que avalaban el ejercicio de estos primitivos farmacéuticos. Los boticarios no tenían una enseñanza regular, pero como para realizar las pruebas antes dichas debían conocer el latín y haber hecho cuatro años de prácticas en una botica, el nivel intelectual y científico de estos profesionales fue más que aceptable.
Los boticarios son descritos de manera genérica en el Licenciado vidriera (1613) de Miguel de Cervantes, y parece que no hacían mucho caso del Código del Rey Sabio al que me he referido antes. El protagonista de la novela, Tomás Rodaja, nos da una información de la profesión:
“–Vuesa merced tiene un saludable oficio, si no fuese tan enemigo de sus candiles.
–¿En qué modo soy enemigo de mis candiles? – preguntó el boticario.
Y respondió Vidriera:
–Esto digo porque en faltando cualquiera aceite, la suple el del candil que está más a mano; y aún tiene otra cosa este oficio, bastante a quitar el crédito al más acertado médico del mundo.
Preguntándole por qué, respondió que había boticario que, por no decir que faltaba en su botica lo que recetaba el médico, por las cosas que le faltaban ponía otras que a su parecer tenían la misma virtud y calidad, no siendo así; y con esto, la medicina mal compuesta obraba al revés de lo que había de obrar la bien ordenada”.
15 octubre, 2010
Novatores
En la corte del último de los Austrias, Carlos II, se observan ciertos cambios de orientación intelectual en lo que respecta al interés por la ciencia que habían mostrado los reyes de la España del siglo XVII, años en los que nuestro país había perdido el tren de la revolución científica que se había realizado Europa. Por ejemplo, Juan José de Austria, hijo bastardo de Felipe IV, muestra una gran afición por muchas de las ramas del saber científico: física, astronomía, anatomía, química, etc.
En el último tercio del siglo XVII se da un nuevo impulso a la ciencia española con los novatores, que son estudiosos de la ciencia y filosofía modernas que, aislados o en grupos, dejan oír sus quejas sobre el desolador panorama de la ciencia nacional y muestran una orientación favorable a las nuevas corrientes. El principal exponente de este grupo fue el médico valenciano Juan de Cabriada (ca.1655- post.1714).
El profesor López Piñero habla de novatores moderados, reacios a los grandes cambios, que no abandonan las rémoras científicas clásicas y muy especialmente las de la medicina galénica —olvidadas en el resto de Europa—, y de novatores más vehementes, que proponen la regeneración de España no sólo desde el punto de vista científico sino también desde ámbitos económicos y políticos. Además, los novatores hacen una crítica de lo español por comparación con lo que viene del resto de Europa y son partidarios, a la hora de difundir los conocimientos, de la utilización de la lengua romance en contraposición a los escolásticos que siguen escribiendo en latín.
En este sentido, La Carta filosófica, médico-chymica (1686) de Cabriada es un magnífico exponente del pensamiento novator: "Sólo mi deseo es que se adelante el conocimiento de la verdad, que sacudamos el yugo de la servidumbre antigua para poder con libertad elegir mejor. Que abramos los ojos, para poder ver las amenas y deliciosas provincias, que los escritores modernos, nuevos Colones y Pizarros, han descubierto por medio de sus experimentos, así en el macro como en el microcosmos".
Ya a principios de siglo, en la tertulia de novatores que se reunía en casa del médico sevillano Juan Muñoz y Peralta (ca. 1695-1746) se creó el germen de la "Regia Sociedad de Medicina y otras Ciencias", considerada la primera de las instituciones españolas al servicio de los nuevos saberes.
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