Es el año 1935 y Juan Negrín propone al que había sido su discípulo en la Universidad Central de Madrid y en la Residencia de Estudiantes, Severo Ochoa Albornoz (1905-1993), para que se presente a las oposiciones que se han convocado para cubrir la plaza de catedrático de Fisiología en la Universidad de Santiago de Compostela. Ochoa se muestra reacio ya que el futuro premio Nobel sólo desea trabajar en la investigación. Sin embargo, su antiguo maestro le convence para que se presente a la cátedra porque con una plaza fija en la Universidad podrá tener más medios para investigar.
Las circunstancias para que don Severo supere la prueba son extraordinariamente favorables: el presidente del tribunal es su antiguo profesor y uno de los miembros del mismo es amigo íntimo de Ochoa desde los años de la adolescencia, José María García Valdecasas. Hay un tercer pormenor, el objetivamente más importante, que está a favor del asturiano, y es que de los tres opositores que optan a la plaza es, sin duda, el mejor, ha realizado los mejores ejercicios. Además, tiene el mejor currículum: ha publicado en diversas revistas científicas de gran prestigio internacional, ha trabajado en laboratorios de biología experimental de gran prestigio.
En efecto, Ochoa se había codeado con científicos de reconocido prestigio, con personalidades que en su tiempo eran la flor y nata de la biología experimental. Citando sus relaciones más sobresalientes con el mundo de la ciencia podemos decir que, en 1928, había viajado a Alemania para trabajar en los laboratorios del premio Nobel (en 1922), Otto Meyerhof (1884-1951), en 1932, becado por la Universidad de Madrid, se fue a Londres para investigar en el laboratorio del bioquímico Henry Dale (1875-1968), premio Nobel en 1936, finalmente, en 1935, esta vez becado por la Junta para la Ampliación de Estudios, marchó al Departamento Fisiológico del University College de Londres que a la sazón dirigía el profesor Archibald Hill (1886-1977), otro de científicos galardonados con el Nobel (1922) que se cruzaron en la vida de Ochoa.
Parece pues que las cosas están bastante claras a favor de Ochoa pero... no. Al asturiano le fallan su antiguo profesor y el amigo de la adolescencia. Funcionan las recomendaciones, supongo que las presiones políticas. Es muy probable que, al menos Negrín y García Valdecasas, tendrían que tragar sapos y culebras si miraron a la cara a don Severo. Quizá recordarían las enseñanzas “morales” sobre la “limpieza” que debe imperar en los hechos humanos. ¿Qué había ocurrido?
Pues nada de particular, algo que sigue sucediendo y que, sin duda, ocurrirá, en nuestro país mientras los sistemas de oposiciones consistan en la exposición como loritos de temas, mientras no se tengan en cuenta los méritos profesionales adquiridos con el buen trabajo y mientras, esto principalmente, el enchufe sea el mérito intelectual más sobresaliente del opositor. Los contrincantes de Ochoa eran Jaime Pi y Sunyer y Oriol Anguera. Las pruebas se celebraron en Madrid, entre diciembre de 1935 y enero de 1936. En este caso, el enchufado era Jaime Pí Sunyer, un hombre perfectamente capacitado pero que ni entonces ni después estuvo a la altura científica de su contrincante a la cátedra. No obstante en él se daba una circunstancia de enorme mérito: era el hijo del excelente científico Augusto Pí Sunyer (1879-1965) que, “casualmente”, era, a la sazón, catedrático de Fisiología en la Universidad de Barcelona. Ochoa se sintió traicionado y no perdonó a sus antiguos maestro y condiscípulo que hubieran intervenido en el engaño.
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