Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

02 mayo, 2013

Duperier y la “sensibilidad” científica


De Arturo Duperier (1896-1959) me he ocupado en otra entrada de este blog (http://espanaciencia.blogspot.com.es/2011/05/arturo-duperier-1896-1959-y-sus.html). Ahora quiero narrar un penúltimo episodio en la vida de este físico español.
Los científicos ingleses, conscientes de la valía del español, quieren ceder la mayor parte de los aparatos con los que el abulense ha estado trabajando en el Reino Unido porque, ajenos a formalismos políticos, desean no interrumpir la continuidad investigadora del español, esté donde esté y, en palabras del ya galardonado con el Nobel, Blackett: "como un tributo a su labor pionera en este campo de variaciones temporales de rayos cósmicos durante su residencia en Gran Bretaña".

Por fin, parecía que el bueno de don Arturo iba a poder trabajar en España sobre el asunto que deseaba y con los más modernos aparatos pero… éstos fueron retenidos en la aduana de Bilbao durante varios años (ha leído bien, varios años: en total fueron cinco) por ¡falta de pago de aranceles! Y es que esa cantidad no la podía pagar la modesta economía del abulense, no la quería sufragar la Universidad española y el gobierno no concedía la exención de la misma. Al final los aparatos fueron colocados en los sótanos de la Universidad madrileña esperando un lugar adecuado para su instalación.
Duperier inauguró el Año Geofísico Internacional, que había organizado la ONU, lo que era un reconocimiento de primera magnitud; sin embargo, una comisión española de geodesia y geofísica, de 1958, que debía asistir a una asamblea internacional sobre el asunto en cuestión no contó entre sus miembros con el de Pedro Bernardo. Era evidente que no gustaba a mucha gente: a muchos profesores de la Universidad, a algunos investigadores del Consejo de Investigaciones Científicas, de la Junta de Energía de Nuclear, de…
Su vida en Madrid fue muy triste: daba clases en la Facultad y realizaba estudios teóricos ante la imposibilidad de utilizar instrumentos científicos; para colmo, vivió en un modesto piso de la, entonces, periferia de la capital —el barrio de la Concepción— muy alejado de la Universidad y, obligado por tanto, a tomar el tranvía primero, después el metro, y finalmente el autobús.
En 1957 moría en Madrid Miguel Catalán Sañudo (1894-1957), colega de Duperier antes de su exilio, en el Instituto Nacional de Física y Química y en la Universidad. El año siguiente se reunió en sesión extraordinaria la Academia de Ciencias con el fin de sustituir la vacante del físico zaragozano. Duperier fue elegido por unanimidad pero… no llegó a tomar posesión porque falleció en Madrid en 1959.
Su vecino, el padre Bartolomé Matéu, escribió en el diario Ya una semblanza del físico de Pedro Bernardo en la que contaba su faceta humana y religiosa: “Duperier era hombre piadoso. Todos los domingos y días de fiesta bajaba a oír la santa misa en nuestra capilla de los Sagrados Corazones. (…) Durante sus años de permanencia en Londres frecuentaba la iglesia regida por los carmelitas, que todavía mantienen correspondencia epistolar con el inolvidable profesor español, paisano de Santa Teresa”.
La España “oficial”, rácana de pensamiento y cargada de sinrazón, “retuvo” un hermoso artículo que fue publicado el 14 de febrero de 1959 (murió el día 10) en el diario ABC. Iba firmado por el profesor de la Universidad madrileña Julio Palacios (1891-1970) y fue titulado “la muerte de un sabio español”; su último párrafo es el siguiente:
“No deja colaboradores, porque nuestros jóvenes físicos, solicitados por pingües ofertas, no se sentían inclinados a seguir la vida austera de su maestro. Ahí quedan, en la Facultad de Ciencias, unos aparatos valiosísimos, propiedad de la Universidad de Londres, y en la mesa de trabajo de Duperier unos papeles llenos de fórmulas que esperan ser recopilados por manos amigas y competentes.”
Después vinieron los homenajes “sensibles”… ¡póstumos! ¡Qué pena!
Digamos, pues, con Francisco Morán, colega de la madrileña Facultad de Ciencias:
“Dios premie a este hombre tan grande y bueno, que además de dejarnos una producción científica tan valiosa, nos ha mostrado en su conducta tantos ejemplos dignos de imitarse: el ejemplo de su dignidad y de su rectitud inflexible, de su ardiente amor a la justicia, y el hermoso ejemplo de su vida entera, dedicada toda a los nobles ideales de la enseñanza y de la investigación.”

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