De
Arturo Duperier (1896-1959) me he ocupado en otra entrada de este blog (http://espanaciencia.blogspot.com.es/2011/05/arturo-duperier-1896-1959-y-sus.html).
Ahora quiero narrar un penúltimo episodio en la vida de este físico español.
Los
científicos ingleses, conscientes de la valía del español, quieren ceder la
mayor parte de los aparatos con los que el abulense ha estado trabajando en el
Reino Unido porque, ajenos a formalismos políticos, desean no interrumpir la
continuidad investigadora del español, esté donde esté y, en palabras del ya
galardonado con el Nobel, Blackett: "como un tributo a su labor pionera en
este campo de variaciones temporales de rayos cósmicos durante su residencia en
Gran Bretaña".
Por
fin, parecía que el bueno de don Arturo iba a poder trabajar en España sobre el
asunto que deseaba y con los más modernos aparatos pero… éstos fueron retenidos
en la aduana de Bilbao durante varios años (ha leído bien, varios años: en
total fueron cinco) por ¡falta de pago de aranceles! Y es que esa cantidad no
la podía pagar la modesta economía del abulense, no la quería sufragar la
Universidad española y el gobierno no concedía la exención de la misma. Al
final los aparatos fueron colocados en los sótanos de la Universidad madrileña
esperando un lugar adecuado para su instalación.
Duperier
inauguró el Año Geofísico Internacional, que había organizado la ONU, lo que
era un reconocimiento de primera magnitud; sin embargo, una comisión española
de geodesia y geofísica, de 1958, que debía asistir a una asamblea
internacional sobre el asunto en cuestión no contó entre sus miembros con el de
Pedro Bernardo. Era evidente que no gustaba a mucha gente: a muchos profesores
de la Universidad ,
a algunos investigadores del Consejo de Investigaciones Científicas, de la Junta de Energía de Nuclear,
de…
Su
vida en Madrid fue muy triste: daba clases en la Facultad y realizaba
estudios teóricos ante la imposibilidad de utilizar instrumentos científicos;
para colmo, vivió en un modesto piso de la, entonces, periferia de la capital
—el barrio de la Concepción —
muy alejado de la
Universidad y, obligado por tanto, a tomar el tranvía
primero, después el metro, y finalmente el autobús.
En
1957 moría en Madrid Miguel Catalán Sañudo (1894-1957), colega de Duperier
antes de su exilio, en el Instituto Nacional de Física y Química y en la
Universidad. El año siguiente se reunió en sesión extraordinaria la Academia de Ciencias con
el fin de sustituir la vacante del físico zaragozano. Duperier fue elegido por
unanimidad pero… no llegó a tomar posesión porque falleció en Madrid en 1959.
Su
vecino, el padre Bartolomé Matéu, escribió en el diario Ya una semblanza del físico de Pedro Bernardo en la que contaba su
faceta humana y religiosa: “Duperier era hombre piadoso. Todos los domingos y
días de fiesta bajaba a oír la santa misa en nuestra capilla de los Sagrados
Corazones. (…) Durante sus años de permanencia en Londres frecuentaba la
iglesia regida por los carmelitas, que todavía mantienen correspondencia
epistolar con el inolvidable profesor español, paisano de Santa Teresa”.
“No
deja colaboradores, porque nuestros jóvenes físicos, solicitados por pingües
ofertas, no se sentían inclinados a seguir la vida austera de su maestro. Ahí
quedan, en la Facultad
de Ciencias, unos aparatos valiosísimos, propiedad de la Universidad de
Londres, y en la mesa de trabajo de Duperier unos papeles llenos de fórmulas
que esperan ser recopilados por manos amigas y competentes.”
Después
vinieron los homenajes “sensibles”… ¡póstumos! ¡Qué pena!
Digamos,
pues, con Francisco Morán, colega de la madrileña Facultad de Ciencias:
“Dios premie a este hombre tan grande y bueno, que
además de dejarnos una producción científica tan valiosa, nos ha mostrado en su
conducta tantos ejemplos dignos de imitarse: el ejemplo de su dignidad y de su
rectitud inflexible, de su ardiente amor a la justicia, y el hermoso ejemplo de
su vida entera, dedicada toda a los nobles ideales de la enseñanza y de la
investigación.”
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