Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta o el telescopio (Santiago Ramón y Cajal)

20 julio, 2011

El Laboratorio de Investigaciones Físicas

En 1911, la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas crea el Laboratorio de Investigaciones Físicas, el mejor dotado de los laboratorios de física de nuestro país, y en 1912 nombra director a Blas Cabrera y Felipe (1878-1945), considerado "padre de la física moderna española".
En el Laboratorio de Investigaciones Físicas trabajan físicos y químicos animosos que se organizan en cuatro secciones: Metrología, Electricidad, Espectrometría y Espectrografía y Química-Física. Se hace necesario destacar que, además de la importante labor científica investigadora que realizó el físico canario, también fue sobresaliente el grupo de científicos que trabajó a su lado, o en alguna de las secciones del laboratorio. En este aspecto, es difícil encontrar un grupo tan distinguido de personalidades de categoría internacional trabajando en el mismo lugar: Enrique Moles (1883-1953), Julio Palacios (1891-1970), Arturo Duperier (1896-1959), Miguel Ángel Catalán (1894-1957), etc. La pena fue que este enorme esfuerzo de personas de talla descomunal fuera segado por la Guerra Civil (1936-1939).
Para conocer de primera mano las investigaciones que se realizaban en el laboratorio, nos basta leer un documento firmado por Cabrera, hacia 1924, en el que nos hace un perfecto resumen de las mismas: “El Laboratorio de Investigaciones Físicas viene dedicado en estos últimos años a tres órdenes principales de trabajos. 1º Magnetoquímica. Estrictamente para las medidas de las constantes magnéticas de los cuerpos el Laboratorio posee cuanto le es indispensable, pero los resultados obtenidos hasta hoy, algunos (los más importantes pendientes de publicación) indican la conveniencia de realizar paralelamente el estudio magnético de los complejos del grupo del hierro y su análisis estructural con ayuda de los rayos X. (…) 2º Pesos atómicos por métodos fisicoquímicos. En este grupo de trabajos las bajas temperaturas son absolutamente necesarias, y como en Madrid no existe facilidad para obtener en el comercio en todo momento ni siquiera el aire líquido, la continuidad indispensable en toda labor de investigación no se puede obtener. (…) 3º Espectroscopia. Los estudios realizados por Catalán han agotado ya la capacidad de nuestro exiguo material espectrográfico (…)”
La labor que se estaba realizando en el laboratorio traspasó nuestras fronteras. La proyección internacional de la ciencia que se hacía en el Laboratorio de Investigaciones Físicas supuso que en 1926 Charles Mendenhall, representante de la International Educational Board —organismo creado por la Fundación Rockefeller— y a la sazón profesor de Física en Wisconsin, escribiera un informe minucioso y halagador para los científicos y las investigaciones que se estaban realizando en el laboratorio dirigido por Cabrera: “No conozco ninguna institución en Estados Unidos en la que se estén realizando tareas comparables en locales tan primitivos y poco eficaces.”
Las carencias del laboratorio iban a ser solucionadas casi de golpe gracias a la Fundación Rockefeller y al Gobierno de España. Después unas largas negociaciones, en 1925 se firmó un preacuerdo entre el Gobierno español y la Junta para Ampliación de Estudios por un lado y la International Educational Board por otro para crear en Madrid un gran centro de investigación de física y química. La Fundación aportó unos 400.000 dólares para la creación del que fue un espléndido centro de investigación científica: el Instituto Nacional de Física y Química, inaugurado en 1932.
Una pequeña paradoja: en la actualidad este centro se mantiene con el nombre de Instituto Rocasolano, en honor del que fuera catedrático de Química General de la Universidad de Zaragoza Antonio de Gregorio Rocasolano, que en 1940 ocupó el cargo de vicepresidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y que fue muy crítico… ¡con la labor realizada por la Junta para Ampliación de Estudios! 

13 julio, 2011

Las ciencias en el siglo XVIII

José Cadalso y Vázquez (1741-1782) fue un literato y militar español que ha pasado a la historia de la literatura por sus Cartas Marruecas que, publicadas en 1793, contienen párrafos como los siguientes en los que se describe el panorama cultural español de aquellas personas dedicadas al cultivo del saber (la palabra ciencia era sinónima de conocimiento) :
“El atraso de las ciencias en España en este siglo, ¿quién puede dudar que procede de la falta de protección que hallan sus profesores? Hay cochero en Madrid que gana trescientos pesos duros, y cocinero que funda mayorazgos; pero no hay quien no sepa que se ha de morir de hambre como se entregue a las ciencias, exceptuadas las de pane lucrando que son las únicas que dan de comer.
Los pocos que cultivan las otras, son como aventureros voluntarios de los ejércitos, que no llevan paga y se exponen más. Es un gusto oírles hablar de matemáticas, física moderna, historia natural, derecho de gentes, y antigüedades, y letras humanas, a veces con más recato que si hiciesen moneda falsa. Viven en la oscuridad y mueren como vivieron, tenidos por sabios superficiales en el concepto de los que saben poner setenta y siete silogismos seguidos sobre si los cielos son fluidos o sólidos.
Hablando pocos días ha con un sabio escolástico de los más condecorados en su carrera, le oí esta expresión, con motivo de haberse nombrado en la conversación a un sujeto excelente en matemáticas: ‘Sí, en su país se aplican muchos a esas cosillas, como matemáticas, lenguas orientales, física, derecho de gentes y otras semejantes.’
Pero yo te aseguro, Ben-Beley, que si señalasen premios para los profesores, premios de honor, o de interés, o de ambos, ¿qué progresos no harían? Si hubiese siquiera quien los protegiese, se esmerarían sin más estímulo; pero no hay protectores. (…)”

06 julio, 2011

Los multipletes de Miguel Catalán

Miguel A. Catalán Sañudo, fue un científico nacido en Zaragoza en 1894 y que falleció en la capital de España en 1957. Aunque se licenció en Ciencias Químicas en la Universidad de Zaragoza (19079 y se doctoró en Madrid (1917), su ocupación científica fue la física de manera que puede considerársele uno de los físicos más importantes del siglo XX español. 
En enero de 1915 comenzó a trabajar en la Sección de Espectroscopia del Laboratorio de Investigaciones Físicas dirigido por el más eminente físico español: Blas Cabrera.
En 1920 llega a Londres, becado por la JAE, y trabaja con Alfred Fowler (1868-1940), uno de los espectroscopistas más importantes del momento, con el que aumenta sus conocimientos de espectrografía. Un año después demuestra que grupos de líneas distribuidas más o menos irregularmente en el espectro pueden tener un origen físico común. En 1922 presenta sus resultados en la Royal Society y en 1923 ve la luz, en la muy importante Philosophical Transactions of the Royal Society of London, su trabajo: “Series and other regularities in the spectrum of manganese”. Su descubrimiento de los multipletes fue un paso muy importante en el desarrollo de la teoría cuántica y de la astrofísica.
William F. Meggers (1888-1966), uno de los espectroscopistas más importantes de su tiempo, se refirió al descubrimiento de Catalán de esta manera: “Con anterioridad a 1921 los términos espectrales derivados del análisis de espectros atómicos relativamente sencillos consistían únicamente de niveles simples, dobles y triples. Catalán atacó valientemente los espectros más complejos del manganeso y del cromo, y felizmente encontró términos que contenían 5, 6 ó 7 niveles que se combinaban para producir grupos de 9 a 15 líneas espectrales, para los cuales acuñó el término multiplete. El descubrimiento de Catalán de términos espectrales de gran multiplicidad fue una clave correcta a la interpretación de los espectros complejos; pronto fue adoptada por muchos espectroscopistas, produciéndose una avalancha de multipletes. Esto inspiró el desarrollo de la interpretación cuántica de los espectros atómicos y trajo la edad de oro de la espectroscopia en 1926 cuando se hizo posible explicar teóricamente todas las radiaciones discretas en términos de energías y números cuánticos asociados con electrones de átomos e iones”.
Sus descubrimientos le permitieron relacionarse con los mejores científicos de su campo de investigación y muy especialmente con Arnold J. W. Sommerfeld y su grupo de investigadores de Múnich.

30 junio, 2011

Los hospitales del Monasterio de Guadalupe

En el siglo XVI los hospitales del Monasterio de Guadalupe fueron lugares de formación anatómica de primera magnitud. Así, en ellos se realizaron disecciones de manera que la escuela de cirugía llegó a ser una de las primeras instituciones donde se impartió enseñanza clínica. En estos hospitales extremeños se formaron o ampliaron conocimientos personalidades como Francisco Arceo, considerado como una de las glorias de la medicina española del siglo XVI.
Hasta el año 1510, había principalmente monjes jerónimos especiales que se denominaban “legos de corona” que no podían recibir órdenes, ni mayores ni menores. Esta condición les fue impuesta por los papas para ejercer la medicina y la cirugía. Trabajaban también profesionales seglares, algunos de reconocido prestigio como Nicolás de Soto y Juan de Guadalupe, médicos ambos de la cámara regia.
Ssólo había dedicación asistencial en los Hospitales de San Juan, en el de las mujeres y en el de la Pasión, además de las enfermerías de monjes y la de nobles.
Aneja a los hospitales había una botica de la que se abastecían los médicos; un jardín botánico mandado construir al iniciarse el siglo XVI por el entonces prior del monasterio, Diego de Villalón, con el objeto de cultivar muchas de las especies vegetales que habían de utilizarse en la botica. También existía una excelente biblioteca con textos de Galeno, Avicena, Averroes, Guy de Chaulliac, etc, un material quirúrgico con “giringas” para administrar enemas; “martillos”, “tenazas de abucasis”, etc. para extraer flechas, “ventosas” para sangrías, “limas y limitas pa aserrar dientes con cabos de marfil y negros”, “serrecitas pa aserrar uesos”, trépanos, “agujas pa coser llagas”, conjuntos instrumentales para intervenciones fetotómicas y de legrado uterino, etc.
En el hospital de la Pasión o “de las bubas” los enfermos del “mal gálico” (sífilis) se tratan principalmente con el mercurio procedente de Almadén. El caso es que la terapéutica que se aplica en este centro da buenos resultados en el tratamiento de esa enfermedad venérea, lo que prestigió a Guadalupe.
En la segunda mitad del siglo XVII Diego Antonio de Robledo llegó a ser médico principal del Monasterio, regente de la cátedra de Cirugía y autor de un Compendio quirúrgico, útil y provechoso a sus profesores (1686); años después, avanzada la decimooctava centuria el que fuera médico de cámara regio, Francisco Sanz de Dios Guadalupe, lo fue de estos hospitales y publicó Medicina práctica de Guadalupe (1873).

14 junio, 2011

La Universidad española del siglo XVI (y II)

La Universidad española del Renacimiento no admite comparación con la actual: en los centros universitarios se ingresa muy pronto, con doce o trece años y como la mayor parte de los estudiantes desconoce las lenguas clásicas lo primero que tienen que hacer es aprender la fundamental del lenguaje académico, el latín.
Unos dos años después, el estudiante ingresa en la Facultad menor de Artes o Filosofía donde aprende Escolástica, Física y Metafísica aristotélicas, algún rudimento científico, etc. Después, cumplidos los dieciséis años, el alumno pasaba a una de las cuatro facultades mayores: Teología, Derecho canónico, Jurisprudencia y Medicina, siendo las dos primeras las más importantes. Los conocimientos científicos se adquirían en la Facultad de Artes (Matemáticas, Filosofía natural y Cosmografía) y en la de Medicina.
La enseñanza se realizaba con la lectura (lectio) de un texto clásico que se acompañaba de explicaciones y pequeñas correcciones que se realizaban en latín. Pero otra forma de enseñar la constituían las disputas (disputatio) en las que mediante silogismos se discutían textos clásicos. Los grados universitarios servían para ejercer la profesión: Bachiller; para impartir la docencia: Licenciado; o tenían un caracter casi exclusivamente ornamental: Doctor.
En la centuria de la que estamos hablando, los hospitales eran centros de caridad más que de actividad científica. Sin embargo, en ellos “comenzaba a abrirse camino lentamente su futuro papel de escenario central de la asistencia, la enseñanza y las investigaciones médicas. Los primeros pasos en esta línea se dieron durante el siglo XVI en una serie muy reducida de hospitales” (López Piñero). En la España de la época destacan cuatro hospitales, el de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza, el del Cardenal de la ciudad hispalense, el General de Valencia y los de Guadalupe; de los cuatro, el más sobresaliente es el conjunto extremeño.

07 junio, 2011

La Universidad española del siglo XVI (I)

La actividad científica del Renacimiento español se desarrolla principalmente en las universidades y es precisamente la enorme proliferación de centros de enseñanza superior la manifestación más evidente del vigor de la España renacentista. En efecto, durante el último cuarto del siglo XVI hay, sólo en las universidades castellanas, nada menos que 20.000 alumnos, detalle interesantísimo que nos da una idea del ambiente cultural español sobre todo si comparamos esta cifra con los 25.000 universitarios y de segunda enseñanza que había en España a mediados del siglo XIX.
La distribución cualitativa y cuantitativa de los centros universitarios en la España de la época es muy desigual; destacan en Castilla las universidades de Salamanca, Valladolid y Alcalá. La Universidad salmantina se enriqueció en tiempos de Carlos V con el “Colegio Trilingüe”, como poco después lo hizo la de Alcalá. En él se enseñaba el latín, la lengua académica por excelencia, el griego, fundamental en la medicina, ya que la mayor parte de los tratados de Hipócrates y de Galeno estaban redactados en esa lengua y el hebreo, imprescindible en las importantísimas facultades de Teología para poder traducir los libros santos. Del Trilingüe de Alcalá hay que indicar que fue el lugar de irradiación del nuevo aristotelismo, esto es, del Aristóteles procedente de los estudios de las nuevas traducciones de las obras del filósofo, en las que participaron de manera minente intelectuales de la talla de Pedro Simón Abril (1530-1589) y del médico segoviano Andrés Laguna (ca. 1510-1559).
La Universidad aumenta el prestigio adquirido en los años medievales y alcanza su máximo esplendor en el Renacimiento, donde llega a contar, en 1584, con casi siete mil alumnos. Aunque los estudios más destacados en la Universidad de Salamanca son los de Teología y Derecho canónico, también se estudia Medicina. Es interesante hacer notar que, desde el punto de vista médico, la Universidad española más destacada es la de Valencia; gracias a la influencia de dos médicos formados en esa Universidad, Pedro Jimeno (ca. 1515-ca. 1555) y Luis Collado (ca. 1520-1589), es como la Anatomía que sigue las directrices de Vesalio se incorpora a las Universidades de Salamanca y Alcalá respectivamente.
Una derivación universitaria la formaban los “Colegios Mayores” que eran “casas con becas y estipendios para estudiantes pobres y bien dispuestos, que en ellas encontraban sustento seguro y salvaguardia moral, a la vez que podían asistir a los cursos de las facultades, recibían instrucción y se ejercitaban en diversas disciplinas, bajo la dirección de un profesor designado exprofeso”. La decadencia general que se observa en el siglo XVII afecta también a estos centros.
Por otro lado, en 1564, los jesuitas abrieron sus Colegios a la enseñanza general y acabaron siendo modelo de otros centros con la categoría de la renombrada Academia de los Nocturnos de Valencia.

31 mayo, 2011

El Laboratorio de Hidrobiología Española y Celso Arévalo

El leonés, nacido en Ponferrada, Celso Arévalo Carretero (1885-1944) puede ser considerado como uno de los más firmes impulsores de la ciencia ecológica hispana.  Arévalo crea en Valencia, en 1912, en el Instituto General y Técnico, en el que ejercía como catedrático de Historia Natural, la primera institución científica de nuestro país dedicada al estudio de la vida en las aguas dulces: el Laboratorio de Hidrobiología Española.
La Primera Guerra Mundial hizo que algunos investigadores extranjeros recalaran en el laboratorio valenciano: el ictiólogo Alfonso Gandolfi, el malacólogo Fritz Haas y el especialista en ácaros acuáticos Karl Viets. Los tres escribieron artículos en los Anales del Instituto valenciano, revista que iba a ser la voz científica de los primeros investigadores españoles que trabajaron en el laboratorio.
Karl Viets mantuvo una buena relación científica con Celso Arévalo y en 1918 dedicó al catedrático del Instituto valenciano una especie de ácaro acuático, al que denominó Limnesia arevaloi, en un artículo titulado “Eine neue Limnesia-Species” que fue publicado en Zoologischer Anzeiger.
Después, en la capital de España, donde se traslada como catedrático del Instituto Cardenal Cisneros (1918), Arévalo consigue que el Laboratorio valenciano sea incorporado a la Sección de Hidrobiología, creada por él en la sede del Museo Nacional de Ciencias Naturales. Arévalo es nombrado Jefe de la citada Sección
Creo necesario resaltar que la publicación, de 1923, titulada: “Algunas consideraciones sobre la variación temporal del plankton en aguas de Madrid” ha sido considerada muy significativa en el ámbito científico español ya que es una de las primeras veces en las que “una investigación original netamente y, digamos, modernamente ecológica, constituye el tema central de una monografía científica” (Casado de Otaola).
En 1929 la editorial Labor publica su obra más significativa, auténtico resumen de su labor investigadora en el campo de la limnología: La vida en las aguas dulces. Con una finalidad claramente didáctica, esta obra de divulgación científica fue un destacado intento de despertar el interés hacia estos conocimientos ecológicos. El Prólogo de la obra, en la que Celso Arévalo se considera, con razón, fundador y promotor de la hidrobiología española, muestra la finalidad de la misma, la situación de la limnología en nuestro país y el resquemor del autor por la escasa consideración que tuvo su labor.

24 mayo, 2011

Arturo Duperier (1896-1959) y “sus admiradores”

El pueblo abulense de Pedro Bernardo vio nacer en 1896 a uno de los más importantes físicos españoles del siglo XX: Arturo Duperier.
Fue nombrado, en 1928, Auxiliar de la Cátedra de Electricidad y Magnetismo de la madrileña Facultad de Ciencias. Cuatro años después obtuvo por oposición la Cátedra de Geofísica en la misma Universidad.
En plena Guerra Civil marcha a Inglaterra a realizar estudios sobre la radiación cósmica en el equipo de Patrick M. Stuart Blackett (1897-1974), a la sazón profesor de Física en la Universidad de Manchester y poco después premio Nobel de Física. En la capital de Inglaterra Duperier se establece definitivamente en marzo de 1940.
 Sabemos que en varias ocasiones se le ofreció la ciudadanía británica, pero era siempre rechazada por su deseo de seguir siendo español y de morir en España. Según el testimonio de su hija: "Para él era más importante España que todos los galardones que pudiera recibir cambiando de nacionalidad". Duperier deseaba venir a la Península, quería trabajar en su país, pero muchos de sus colegas universitarios, cargados de mediocridad, quedarían en una mala situación si se hubieran cotejado sus niveles intelectuales con los del colaborador de Blackett.
En aquella época, algunas personalidades de gran trascendencia (política) en la física española tuvieron una actitud favorable a la hora de facilitar el regreso a España del exiliado. Sin embargo, ni la mayor parte de sus colegas de la Universidad Complutense, ni los investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas mostraron un gran interés porque el físico de Pedro Bernardo siguiera realizando sus investigaciones en España.
El mismo Duperier tenía una excelente visión de lo que significaba la España científica de su tiempo; en una carta que, en 1949, escribió el abulense a un amigo le dice: "…me habló de camarillas que se imponen a los Poderes Públicos y que en mi caso particular son férreamente opuestas a mi supuesto reintegro a la Universidad de Madrid; que éstas fueron las que lograron que se anunciara a oposición mi cátedra en cuanto se susurró por Madrid que yo volvía, y me dio nombres. En el fondo, sin embargo, después de mucho lamentarse de mi ausencia de España y de lo muchos que todos pierden con ello, saqué la impresión que me han dado otros en turismo oficial por aquí, que en el fondo, te repito, ninguno quiere verme por allí. Han visto lo bastante para estar convencidos de que mi obra habría de ser obra seria y esto, no cabe duda, les espanta. Piensan sólo en ellos, con un desprecio absoluto por lo que sea de España".
Invito al lector a que reflexione sobre la siguiente pregunta: ¿se ha producido un cambio drástico de la situación? [...]

19 abril, 2011

Los albores del Museo de Ciencias Naturales

La producción científica española de la segunda mitad del siglo XVIII vivía una época de esplendor, principalmente en especialidades como la historia natural, la química y la medicina y daba la impresión de que nuestro país parecía en buen camino para convertirse en protagonista de la ciencia contemporánea.

El 10 de mayo de 1776, José de Gálvez, ministro de Indias, da desde la Península una Instrucción dirigida a los virreyes de Perú, Nueva España y Santa Fe, gobernadores de Filipinas, Yucatán, Chile, Habana, Buenos Aires, Caracas, Margarita, Trinidad, Santo Domingo, Puerto Rico, Luisiana, Panamá, Paraguay, Tucumán y de las Malvinas, presidentes de las Reales Audiencias de Quito, Charcas y Guatemala y al Comandante de la Guayana. Esta Instrucción guarda relación con la expedición científica a Chile y Perú (realizada por Hipólito Ruiz y José Pavón) pero en ella se muestra claramente la situación cultural que vive nuestro país:
“El Rey ha establecido en Madrid un Gabinete de Historia Natural en que se reúnan no sólo los Animales, Vegetales, Minerales, Piedras raras y cuanto produce la Naturaleza en los vastos dominios de S. M., sino también todo lo que sea posible adquirir de los extraños. Para completar y enriquecer las series del Real Museo en cada una de sus clases, conviene que los sujetos que mandan en la Provincias y Pueblos de los Reinos Españoles, cuiden ahora y en lo sucesivo de recoger y dirigir para el Gabinete de Historia Natural las piezas curiosas que se encuentren en los distritos de su mando (...)”

12 abril, 2011

Las ciencias desamparadas, a los ojos de Menéndez Pelayo

Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912) ha sido, y es, una personalidad controvertida en el panorama cultural español. Aunque los trabajos del erudito santanderino son el punto de partida de muchos los estudios que se han realizado después que él los hubiera comenzado, de su obra sólo se destacan algunos párrafos de sus fogosas obras juveniles y sus detractores olvidan su sereno razonamiento en la edad madura; parece como si el polígrafo montañés no hubiera escrito nada después de haber cumplido veinticinco años. Muchas veces se le cita con referencias superficiales, citas de una cita que contiene una cita que, a su vez, es citada por alguien que, probablemente no leyó una sola jota de la abundante bibliografía de este hombre extraordinario.
Todo esto viene a cuento porque Menéndez Pelayo ha sido el paradigma del hombre de letras. Sin embargo, su enorme cultura, sin límites, le hizo fijarse y detener su pensamiento en muchos de los problemas de la cultura española de su tiempo, entre los que se encontraban los que afectaban a la política científica de nuestro país. En 1893 se publicó el que fuera el discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales del académico Acisclo Fernández Vallín; el texto iba precedido por un proemio del bibliófilo de Santander, que a la sazón contaba treinta y siete años, titulado “Esplendor y decadencia de la cultura científica española”. En estas páginas se queja del “desamparo y abandono en que yace la facultad de Ciencias”, a la que considera la auténtica “Cenicienta” de las facultades universitarias españolas. Menéndez Pelayo dice que este centro tiene que ser
“una escuela cerrada de purísima investigación, cuyos umbrales no traspase nadie cuya vocación científica no hubiera sido aquilatada con rigurosísimas pruebas y entrase allí no como huésped de un día, sin afición ni cariño, sino como ciudadano de una república intelectual, a la cual ha de pertenecer de por vida, ganando sus honores en ella no con risibles exámenes de prueba de curso, que en la enseñanza superior son un absurdo atentado a la dignidad del magisterio, sino con la colaboración asidua y directa en los trabajos del laboratorio y de la cátedra, como se practica en todas partes del mundo, sin plazo fijo para ninguna enseñanza, sin imposición de programas, con amplios medios de investigación y con la seguridad de encontrar al fin de la jornada la recompensa de tanto afanes, sin necesidad de escalar una cátedra por el sistema tantas veces aleatorio de la oposición, que desaparecerá por sí mismo cuando el discípulo, día por día, se vaya transformando en maestro, pero que ahora conviene que subsista, porque todavía es el único dique contra la arbitrariedad burocrática.
Cuando tengamos una Facultad de Ciencias (basta con una) constituida de esta suerte, y cuando en el ánimo de grandes y pequeños penetre la noción del respeto con que estas cosas deben ser tratadas, podemos decir que ha sonado la hora de la regeneración científica de España. Y para ello hay que empezar por convencer a los españoles de la sublime utilidad de la ciencia inútil” [las cursivas son del autor].

05 abril, 2011

El ciego descrito por Andrés Laguna

Andrés Laguna (ca. 1510-1559) fue un médico segoviano, de familia judeoconversa, que tuvo en su época una excelente reputación por su saber. Su formación intelectual la adquirió en la Universidad de París, centro que conservaba por aquel entonces las esencias de la medicina tradicional, esto es, era un lugar poco abierto a aquellos conocimientos que fueran diferentes de los que podían encontrarse en los textos del médico por excelencia: Galeno.
Laguna ejerció su profesión en muchos lugares de Europa: Inglaterra, Países Bajos, Francia, Italia, etc. Aunque su obra más conocida fueron los comentarios que hizo a la Materia medica de Dioscórides, también escribió un texto de anatomía titulado Anatomica methodus (1535) en el que criticaba la forma tradicional de la época de enseñar esta disciplina científica. En el siglo XVI, el “barbero”, ignorante en asuntos anatómicos, realizaba la disección pero carecía de conocimientos para explicar lo que estaba realizando. Laguna escribe contra esta situación, antes que el gran impulsor de la reforma de los estudios anatómicos de su tiempo: Andrés Vesalio (1513-1564). Laguna habla del ciego de esta manera:
“… o monóculo que es, sin duda alguna, el intestino que aparece más lleno de heces.  Se le denomina ciego porque parece tener un solo orificio de entrada y también de salida, aunque en realidad tiene dos muy pequeños que no están distanciados, sino situados uno al lado de otro.  Muchos, en efecto, han creído que tenía un sólo orificio y que su forma era la de un falso intestino, pensando que pendía como un vientre relleno en cuyo fondo no existía abertura. No obstante, quien desee conocer con rigor el ingenio de la naturaleza, conviene que diseque incluso las partes más sucias y que examine con sumo cuidado su posición, formas, número y consistencia. Cuando se realizaba en París una anatomía del cuerpo humano y todos los estudiantes de medicina compañeros míos y también los barberos que estaban encargados de disecar se apartaron del cadáver a causa del hedor de los intestinos y continuaron pensando que el intestino ciego, al que ni siquiera habían dirigido los ojos, tenía un sólo orificio, yo, tomando un escalpelo, lo disequé y con un palito mostré claramente a todos dos orificios situados en el mismo lugar, uno de ellos de entrada y el otro de salida.  Había leído en Mondino, no tan ignorante como tosco, que era tal como lo comprobé ocularmente.”

29 marzo, 2011

Quevedo y la alquimia

Entre todas las disciplinas herméticas la alquimia era considerada la más digna, la más noble: el alquimista tenía algún poder muy especial: era capaz de “crear” sustancias a partir de otras; importantes personalidades se sintieron atraídas por los quehaceres alquímicos: Carrillo, arzobispo de Toledo, gastó mucho dinero en quehaceres alquímicos, Felipe II fue un entusiasta de la alquimia y, más tarde, Felipe IV también recurrió a estos saberes.
A pesar de todo la alquimia y los alquimistas siempre tuvieron una mala reputación. En el Sueño del Infierno, de Francisco de Quevedo (1580-1645), podemos leer a Paracelso “quejándose del tiempo que había gastado en la alquimia” y a Hubequer (Joannes J. Weckerus), descrito como “el pordiosero, vestido de los andrajos de cuantos escribieron mentiras y desvergüenzas, hechizos y supersticiones...” Además, Quevedo, personalidad que no se distinguió en modo alguno por el aprecio a sus semejantes, fue extraordinariamente corrosivo con la alquimia y sus practicantes; en el Libro de todas las cosas y otras muchas más podemos leer un fragmento muy gracioso en el que se burla de la profesión y del lenguaje críptico que muchos utilizaban:
“Y si quisieras ser autor de libro de Alquimia, haz lo que han hecho todos, que es fácil, escribiendo jerigonza: "Recibe el rubio y mátale, y resucítale en el negro. ltem, tras el rubio toma a lo de abajo y súbelo, y baja lo de arriba, y júntalos, y tendrás lo de arriba'. Y para que veas si tiene dificultad el hacer la piedra filosofal, advierte que lo primero que has de hacer es tomar el sol, y esto es dificultoso por estar tan lejos." 

22 marzo, 2011

Tres pioneras de la ciencia española

En 1871 fue creada la Real Sociedad Española de Historia Natural, y en 1914 tenía un 2% de mujeres socias. A esta institución pertenecía desde 1920 una de la primeras españolas de cierto prestigio en el mundo de la biología, Dolores Cebrián Fernández Villegas, profesora de la Escuela Normal de Maestras de Madrid; estuvo becada, en 1912, por la Junta para Ampliación de Estudios, para realizar diversos cursos en la Facultad de Ciencias de París y el año siguiente trabajó en el Laboratorio de Biología Vegetal de Fontainebleau. Publicó en 1919, en la revista francesa Comptes rendus des Séances de l’Académie des Sciences, un trabajo en el que explicaba la influencia de la luz sobre la absorción de sustancias orgánicas por las plantas.
Felisa Martín Bravo también es otra mujer destacada por ser la primera que se doctoró en Ciencias Físicas en España; fue en la Universidad de Madrid en 1926. Obtuvo ese grado académico gracias a la labor investigadora realizada, en el Laboratorio de Investigaciones Físicas, sobre las estructuras cristalinas; la tesis estuvo dirigida por uno de los físicos españoles más importantes de la época, Julio Palacios Martínez (1891-1970). Trabajó para determinar la estructura cristalina de los óxidos de níquel y cobalto utilizando rayos X, fue pensionada de la JAE en Estados Unidos y miembro de varias sociedades científicas españolas, la de Física y Química, la de Matemática y de Asociación Española para el progreso de las Ciencias.
En el mundo de las matemáticas la primera mujer que se doctoró en esta especialidad fue María del Carmen Martínez Sancho; lo hizo con una tesis, defendida en 1927, sobre los espacios normales de Bianchi, con la que obtuvo el Premio Extraordinario del doctorado. Pensionada por la Junta para Ampliación de Estudios, amplió conocimientos de geometría multidimensional en Berlín durante un año y medio. Ejerció como catedrática de Matemáticas en Institutos de Bachillerato del Ferrol, Madrid y Sevilla y fue miembro, desde 1925, de la Sociedad Matemática Española, institución que data de 1911.

15 marzo, 2011

Las expediciones del XVIII

Uno de los aspectos más sobresalientes de la ciencia del siglo XVIII español lo constituyen las expediciones científicas. Aunque no se limitaron a esa época, es durante ella cuando la actividad expedicionaria se expresa de una forma más sobresaliente. La segunda mitad del siglo XVIII supuso un fortalecimiento de la monarquía de una manera política y no militar. En efecto, en las tierras americanas se produjo un proceso de “neocolonización” por obra de muchos hombres de ciencia, fue un lugar de destino de científicos españoles (y extranjeros) que iban a inventariar la riqueza florística, zoológica, mineral... de las comarcas allende el Atlántico, porque allí había una riqueza que podía hacer grande a la monarquía: quina, pimienta, clavo, café...
Hay un empeño de los gobiernos ilustrados por promover el estudio y conocimientos de las Ciencias de la Naturaleza; en este sentido, en los Anales de Historia Natural se decía que el gobierno está “ocupado siempre en contribuir a la perfección de esta inmensa obra ha enviado sujetos instruidos a registrar las dilatadas regiones de sus dominios; ha destinado a otros a viajar por la Europa y a tratar con los primeros sabios de las ciencias naturales; ha establecido depósitos y establecimientos análogos a cada una; y ha costeado la publicación de nuestros descubrimientos”.
Tanto la Corona como la iniciativa privada patrocinan expediciones. Son muchas las que tuvieron como finalidad la historia natural: botánica, zoología, geología, etnografía, etc.; también las hubo geográficas: hidrografía, astronomía, geoestrategia, etc.; por último, un conjunto de expediciones tuvo un asunto diverso: médico, de fomento de la agricultura, comercio, etc.
Durante los reinados de Carlos III y de su sucesor en el trono, se organizaron importantísimas expediciones científicas: en Chile y Perú estuvieron entre 1777 y 1788 Hipólito Ruiz (1752-1816) y José Pavón Jiménez (1754-1840); al Reino de Nueva Granada, entre 1783 y 1808, fue José Celestino Mutis y Bosio (1732-1808); en Nueva España anduvieron entre 1787 y 1803 Martín de Sessé y Lacasta (1751-1808) y Vicente Cervantes (1755-1829); Alejandro Malaspina (1754-1809) fue director de un amplio proyecto de estudio, durante 1789 y 1794, de la costa occidental del continente americano y de vastas zonas del océano Pacífico; y, en fin, un gran número de españoles era partícipe de uno de los períodos científicos más fructíferos de nuestra historia. En muchos casos, los datos que proporcionaron sobre los naturales de aquellas tierras fue la fuente de la que bebieron los grandes antropólogos extranjeros del XVIII.
En 1811, cuando la actividad científica española empezaba a detenerse, uno de los más importantes naturalistas de todos los tiempos, Alexander von Humboldt (1769-1859), escribía, en el Ensayo político sobre el reino de Nueva España y en relación con la botánica, lo siguiente: “Ningún gobierno europeo ha invertido sumas mayores para adelantar el conocimiento de las plantas que el gobierno español. Tres expediciones botánicas, las de Perú, Nueva Granada y Nueva España, han costado al Estado unos dos millones de francos. Además se han establecido jardines botánicos en Manila y las islas Canarias. La comisión encargada del trazado del canal de Güines recibió también la misión de examinar los productos vegetales de la isla de Cuba. Toda esta investigación, realizada durante veinte años en las regiones más fértiles del nuevo continente, no sólo ha enriquecido los dominios de la ciencia con más de cuatro mil nuevas especies de plantas; ha contribuido también grandemente a la difusión del gusto por la Historia Natural entre los habitantes del país”.

08 marzo, 2011

Francisco Vera y Fernández de Córdoba

El pueblo de Alconchel (Badajoz) ve nacer en 1888, en el seno de una familia acomodada, a Francisco Vera Fernández de Córdoba. Fue una persona que se interesó por la cultura en cualquiera de sus facetas, pero muy especialmente por el periodismo, la matemática, la historia de la ciencia... Padre de cinco hijos, muere en Argentina en 1967, donde marcha a raíz de la finalización de nuestra última contienda.
Su actividad intelectual fue frenética. Realizó incursiones en el campo de la literatura publicando novelas costumbristas y pseudocientíficas, artículos periodísticos en El Liberal y Nuevo Diario de Badajoz, libros de texto para estudiantes, etc.
Sin embargo, por lo que destacó el extremeño es por su labor como historiador de la ciencia. En este sentido, su obra ha sido punto de referencia de otros cultivadores de esta materia.
Francisco Vera fue uno de los principales impulsores del intento de institucionalización en España de la disciplina con la que ha merecido un reconocido prestigio: en 1934 es uno de los fundadores de la Asociación de Historiadores de la Ciencia Española, de la que fue nombrado secretario perpetuo. Esta asociación inició su andadura con La Ciencia Española en el s. XVII, obra publicada en 1935 y en la que figuran trabajos monográficos de personalidades intelectuales de la talla del padre Agustín Jesús Barreiro (1865-1937), historiador de la Botánica, José Augusto Sánchez Pérez (1882-1958), de la Matemática, etc. El citado texto contiene un trabajo general del extremeño titulado: Esquema y carácter general de la ciencia española en el siglo XVII.
Los trabajos de Vera como historiador de la ciencia se plasmaron también en la dirección de la interesantísima Biblioteca de la Cultura Española, en la que se publicaron antologías de textos de la ciencia española clásica.
Aunque la bibliografía de Francisco Vera Fernández de Córdoba nos indica que cultivó muchas facetas de la cultura, pensamos que su labor como historiador de la ciencia es digna de elogio.


01 marzo, 2011

La ciencia de Gregorio Marañón

En su formación médica participaron muy buenos científicos: el neurohistólogo Santiago Ramón y Cajal (1854-1934),  Manuel Alonso Sañudo (1856-1912), considerado uno de los mejores internistas de su época; Federico Olóriz Aguilera (1855-1912), importante anatomista y antropólogo; Juan Madinaveitia (1861-1938), un estupendo internista que creó escuela en la especialidad de la patología digestiva; y Alejandro San Martín Satrústegui (1847-1908), importante médico autor de significativos estudios de cirugía relacionados con el aparato circulatorio, neuralgias faciales, resección de maxilares superiores, etc.
Marañón, en poco tiempo, dio a conocer los frutos de su trabajo. Aún no había finalizado sus estudios en la Universidad de Madrid cuando, en 1907, publicaba casi 200 páginas de unas Lecciones de Patología Quirúrgica, del curso 1907-1908, tomadas en la cátedra del doctor San Martín.
La primera etapa de la actividad intelectual de Marañón es, eminentemente, médica. En 1910 publicó el libro Quimioterapia Moderna según Ehrlich. Tratamiento de la sífilis por el 606, y artículos en revistas científicas nacionales sobre la enfermedad de Addison, la sífilis y los quistes hidatídicos. Esta actividad fue el resultado de un viaje de formación que realizó a Alemania, después de superar las asignaturas del Doctorado en Medicina, para trabajar en el laboratorio de Paul Ehrlich (1854-1915), que en 1908 recibiría el premio Nobel de Fisiología y Medicina por sus trabajos inmunológicos. Su estancia en Fráncfort tenía la finalidad de mejorar sus técnicas de investigación bioquímica y seguir las enseñanzas de Edinger pero “caí en la gran ciudad de Main en los momentos en que Ehrlich terminaba sus estudios sobre el 606”. El 606 no era más que un derivado arsenical —diamino-dioxi-arsenobenceno, también conocido como salvarsán—, que se llamaba así porque hacía ese número entre los productos químicos de arsénico que había probado el científico alemán para tratar la sífilis.
En 1911 defiende su tesis doctoral sobre “La sangre en los estados tiroideos” y comienza su trabajo en el Hospital General de Madrid. Después, en 1916, publica el primer volumen, de casi un millar de páginas, de su famoso Manual de Medicina Interna, obra en la que él y Teófilo Hernando eran los codirectores de un importante elenco de profesionales de la medicina, entre los que se encontraban Augusto Pi i Sunyer, Gil y Casares, Verdes Montenegro, García del Real y otros. De esta época es uno de sus más importantes libros y uno de los más queridos por su autor: La edad crítica. Estudio biológico y clínico (1919); en él estudia el climaterio desde aspectos muy variados y novedosos para la época: endocrinos, médicos, psicológicos, etc. Esta obra ha sido considerada por Pedro Laín Entralgo (1908-2001), junto con ¿Neuronismo o reticularismo?, de Ramón y Cajal y La unidad funcional, de Pi i Sunyer, una de las tres fundamentales de la literatura médica española del siglo XX.
La edad crítica viene a ser el punto culminante de la labor endocrinológica del médico madrileño, situada en medio de su estudio sobre La doctrina de las secreciones internas y su discurso de recepción, de 1922, en la Academia de Medicina, Problemas actuales de la doctrina de las secreciones internas.
Sus estudios endocrinos los relaciona con los psicológicos y de esta fusión surge una gran cantidad de publicaciones en las que explica la relación entre la adrenalina y las emociones. Se trata de artículos en revistas internacionales y nacionales, ponencias en congresos fuera de nuestro país, conferencias en centros universitarios, etc. Estos trabajos de Marañón se incorporaron, en buena medida, a la Teoría de Cannon sobre la emoción; durante los años 20, este importante fisiólogo de la Universidad de Harvard y el médico español, mantuvieron correspondencia científica.
Después de la Guerra Civil publica su famoso Manual de Diagnóstico Etiológico que, aún siendo un éxito entre sus colegas, fue silenciado en las revistas científicas; por eso, en el prólogo a la segunda edición, Marañón se quejaba de que su obra había “nacido en el silencio y difundido en la penumbra”.
De antes de la Guerra Civil son los Tres ensayos sobre la vida sexual, un libro que causa escándalo y tiene, según propia confesión, “una gran influencia en el odio de parte de los españoles, de la sociedad española, hacia mí, por suponerlos anticatólicos, y no lo son”.

30 enero, 2011

La educación científica en el siglo XVIII

Los ilustrados son especialmente firmes partidarios de la capacidad transformadora de la educación; la educación empieza a ser valorada en su justa medida. En este sentido, la labor de Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) tiene una importancia capital y sus aportaciones son extremadamente lúcidas. El sugerente título de su discurso de 1794: Oración sobre la necesidad de unir el estudio de la literatura al de las ciencia es un ejemplo espléndido del impulso didáctico-pedagógico intentado por el asturiano. En él recomienda que los hombres de ciencia tengan una formación humanística: “Si las ciencias esclarecen el espíritu, la literatura le adorna; si aquéllas le enriquecen, ésta pule y avalora sus tesoros; las ciencias rectifican el juicio y le dan exactitud y firmeza; la literatura le da discernimiento y gusto y le hermosea y perfecciona”; y más adelante, “Ellas nos presentan las ciencias empleadas en adquirir y atesorar ideas, y la literatura en enunciarlas; por las ciencias alcanzamos el conocimiento de los seres que nos rodean, columbramos su esencia, penetramos sus propiedades, y levantándonos sobre nosotros mismos, subimos hasta su más alto origen. Pero aquí acaba su ministerio y empieza el de la literatura, que después de haberlas seguido en su rápido vuelo, se apodera de todas sus riquezas, les da nuevas formas, las pule y engalana, y las comunica y difunde, y lleva de una en otra generación”.
Poco antes de iniciarse la segunda mitad del siglo el marqués de la Ensenada pensaba que las universidades funcionaban de la siguiente manera: “Se hace patente la falta de disciplina académica, los abusos de las matrículas, la liviandad de los libros de texto, el poco amor al estudio de los escolares y el mal funcionamiento del mecanismo universitario... Es preciso reglar las cátedras, reformar las superfluas y establecer, o crear, las necesarias; disminuir la pompa y la colación de los grados; exigir la especialización a cuantos opositaran a las cátedras; acabar con las parcialidades, rivalidades y debilidades en los centros docentes; exigir la emulación escolar y la seriedad científica en los libros de texto; ordenar a los profesores un mayor ahínco en inculcar a los estudiantes el amor a la patria; organizar las investigaciones culturales”.
Lo cierto es que la decadente universidad de finales del siglo XVII y de buena parte del siguiente se plasmaba en la dotación presupuestaria de los diferentes centros y de las distintas cátedras de una misma institución; unos y otras se diferenciaban en pobres y ricas. Además, y principalmente, la universidad española se encontraba volcada en los estudios teológicos, lo que se confirma, por ejemplo, con la Real Cédula de 1771, en la que se podía leer que la Universidad de Santiago “fue erigida principalmente para la enseñanza de la teología y para instruir y proveer de curas a las iglesias del reino de Galicia”. La enseñanza es, consecuentemente, escolástica, metodología que impregna todas las disciplinas. De este escolasticismo se quejaba Pablo de Olavide cuando escribía en relación con este método: “...se han convertido las universidades en establecimientos frívolos e ineptos, pues sólo se han ocupado de cuestiones ridículas, en hipótesis quiméricas y distinciones sutiles, abandonando los sólidos conocimientos de las ciencias prácticas”.
El peligro a la novedad, la escasez de espíritu crítico, la aceptación del criterio de autoridad, la relajación de la disciplina, el absentismo del profesorado, los abusos y corrupciones que se daban en los colegios mayores, los certificados de asistencia amañados −que eran condición necesaria para superar el curso académico−, fueron otras de las muchas rémoras que tuvo que soportar la universidad dieciochesca.

23 enero, 2011

El Real Tribunal del Protomedicato

La medicina del siglo XVI era una actividad perfectamente organizada en una enseñanza con una reglamentación muy clara: para ejercer la profesión, después de conseguir el grado de Bachiller en Artes, se debía obtener el de Bachiller en Medicina y trabajar de ayudante de un médico durante dos años. Por entonces, el grado de Licenciado en Medicina facultaba para la docencia y casi ningún médico lo tenía. Más raro era el profesional que poseía el mayor de los grados académicos, el de Doctor en Medicina, ya que no poseía más que carácter honorífico.
En la España del siglo XVI  había cuatro centros universitarios, tres de los cuales se ubicaban en la Corona de Castilla —Salamanca, Alcalá, Valladolid— y uno en la de Aragón: Valencia. La vallisoletana era del mismo tamaño que la de Alcalá y, aunque en ella predominaban los estudiantes de Leyes, tenía una pequeña Facultad de Medicina que llegó a ser el primer centro universitario castellano en el que se realizó la docencia de la anatomía sobre un cadáver; lo que sucedió en 1550. No obstante, hay que hacer notar que, desde el punto de vista médico, la Universidad española más destacada del siglo XVI es la de Valencia.
El Tribunal del Protomedicato debía autorizar y controlar el ejercicio de algunas profesiones relacionadas con la sanidad. Fue creado en el reinado de los Reyes Católicos, en 1477, mediante una Pragmática en la que se constituía un tribunal para “examinar los físicos [médicos], y cirujanos, y ensalmadores, y boticarios, y especieros, y herbolarios, y otras personas que en todo o en parte usaren de estos oficios… para que si os hallaren idóneos, y pertenecientes, les den cartas de examen, y aprobación, y licencia para que usen de los dichos oficios…”.
Durante el siglo XVI esta institución sólo existía en Castilla, en la de Aragón no se implantaría como tal hasta el siglo XVIII, pero realizaban la misma función las cofradías de médicos y otras autoridades nombradas por los responsables municipales.

09 enero, 2011

Unos versos de Ramón y Cajal

Desde muy temprana edad, —y tal y como nos cuenta en su autobiografía titulada Mi infancia y juventud— en el verano de 1864, Santiago Ramón y Cajal se acerca a la literatura para leer alguna “novelilla romántica que guardaba (su madre) en el fondo del baúl desde los tiempos de soltera” y todo a pesar de que en su casa “no se consentían los libros de recreo”. Leyó entonces, con la ansiedad típica del lector que burla “la celosa vigilancia del jefe del hogar”, novelas como El solitario del monte salvaje, La extranjera, La caña de Balzac, Catalina Howard, Genoveva de Brabante.
Más tarde, en la Facultad de Medicina de Zaragoza, desarrolla su “manía literaria”, que se orienta en tres direcciones: las novelas de Víctor Hugo, las poesías de Espronceda y Zorrilla y la oratoria de Emilio Castelar. Escribe unos versos que “eran imitación servil de Lista, Arriaza, Bécquer, Zorrilla y Espronceda, sobre todo de este último, cuyos cantos al Pirata, a Teresa, al Cosaco, etc. considerábamos los jóvenes como el supremo esfuerzo de la lírica”. Porque lo que lo más le “seducía en la poesía del vate extremeño era su espíritu de audacia y rebeldía”.
En las obras inéditas de Cajal se pueden los escarceos versificadores del futuro premio Nobel. A su primer amor, María, amiga de sus hermanas, dedicó el siguiente acróstico:
“Mi corazón libre estaba/Antes que a tus ojos viera./Risueño al sol contemplaba/Y en eterna primavera/Alegre y feliz, soñaba”.
y a una morena de ojos negros le escribe el siguiente piropo:
Cuando a la mañana/tus negras pupilas/se fijan tranquilas/en el cielo azul,/me muero de envidia/me muero de celos;/hasta de los cielos/si los miras tú.
y la protesta en verso que escribió el aragonés a propósito de la huelga de estudiantes contra un catedrático de la Universidad. En el largo texto rimado se dan cita los nombres de compañeros y de profesores; la tituló “Oda a la Commune Estudiantil”, ya que tomó como punto de referencia los hechos acaecidos en 1871 en la Comuna de París.

02 enero, 2011

Un biólogo matemático: Buenaventura Reyes Prósper

Hijo de un facultativo de minas, Buenaventura de los Reyes Prósper (1863-1922) en Castuera (Badajoz). Fue un excelente estudiante en todos los niveles académicos: premio extraordinario de Bachillerato y en la Licenciatura de Ciencias Naturales. En 1885 se doctoró, también con premio extraordinario, con una tesis sobre taxonomía de aves españolas (“Catálogo de las aves de España, Portugal e islas Baleares”), trabajo que mereció el elogio del presidente del Comité Ornitológico Internacional, y por el que se le nombró miembro del Comité Internacional permanente en el Congreso de Budapest.
Sin embargo, su vida iba a estar dedicada a la Matemática ya que su primera vocación de naturalista chocaba con su sedentaria humanidad: de su labor matemática escribió Sixto Ríos que “es la primera muestra española de los que debe ser la actividad central de un matemático a la altura de su tiempo”.
Ventura de los Reyes ganó la Cátedra de Historia Natural en el Instituto de Teruel (1891), también la de Matemática del correspondiente de Albacete (1892), después, por concurso pasó como catedrático de Física y Química al Instituto de Jaén (1893), de donde marchó a Cuenca (1893) primero y Toledo (1898) después. Por último, en la imperial ciudad fue nombrado, por concurso, catedrático de Matemática del Instituto y director del centro.
Su enorme bagaje lingüístico: latín, francés, alemán, algo de inglés e italiano y otros idiomas, le permitieron la lectura de revistas matemáticas extranjeras y el contacto con importantes personajes de esta ciencia, muy especialmente Klein y Lindermann.
La faceta matemática de Reyes Prósper se muestra, principalmente, en dos campos, Lógica y Geometrías no-Euclídeas, siendo, además, el introductor de ambas disciplinas en España.
Reyes Prósper publica en El Progreso Matemático, entre 1891 y 1894, siete trabajos sobre Lógica, que lo acreditan como introductor en los ambientes científicos españoles de la Lógica post-booleana.
Entre 1887 y 1919 ven la luz doce artículos sobre Geometría, de los cuales, los dos más significativos son los que aparecen en la importantísima revista alemana Mathematische Annalen. A Reyes Prósper le cabe por ello el honor de ser el primer español que publica en una revista extranjera.

17 diciembre, 2010

Pedro Felipe Monlau, un científico polifacético

Pedro Felipe Monlau y Roca nació en Barcelona en 1808 y falleció en Madrid en 1871. Se licenció en Medicina en el año 1831 y se doctoró dos años más tarde. No obstante, sus estudios sanitarios no fueron los únicos: su amplia cultura estaba fundamentada en unos conocimientos de botánica, física y química adquiridos en los cursos que impartía la Junta de Comercio de Cataluña. La formación intelectual del catalán se completó a los cuarenta y un años con la licenciatura en Filosofía por la Universidad de Madrid.
Monlau ejerció la medicina como médico militar, entre 1835 y 1840 fue el encargado de la cátedra de Geografía y Cronología de la Academia de Ciencias Naturales y Artes de la ciudad condal, en 1840 fue catedrático de Literatura en la Universidad de Barcelona, en 1848 obtuvo la cátedra de Psicología y Lógica en el Instituto emblemático de la capital de España: el de San Isidro; en 1857 ejerció la docencia de “Latín de los tiempos medios y castellano, lemosín y gallego antiguos” en la Escuela Diplomática y fue también encargado de la cátedra de Higiene en la Universidad de Madrid.
El interesante aspecto “higienista” de la obra médica del barcelonés se observa, entre otros, en los Elementos de Higiene privada (1846) y en los dos volúmenes de Elementos de Higiene pública (1847). Cabe, también, destacar su labor en el ámbito de la enseñanza media como autor de uno de los primeros manuales de psicología para los estudiantes de bachillerato: los Elementos de psicología. Aparecieron en 1849 y fueron reeditados numerosas veces; en ellos muestra una moderna concepción de la psicología al acercar a esta disciplina los conocimientos de fisiología. Para él, la psicología y la fisiología son “las dos ramas de la Antropología que estudian al hombre, una su mente, la otra su cuerpo”.

10 diciembre, 2010

Bernabé Cobo, pionero de la biogeografía

Suele atribuirse a Alexander von Humboldt (1769-1859) la primera descripción de los pisos de vegetación en los Andes, a principios del siglo XIX. Sin embargo, el jesuita Bernabé Cobo, casi dos siglos antes, ya se ocupa de ellos.
Nació Bernabé Cobo en Lobera (Jaén) en 1580, y marchó a las Indias a los dieciséis años e hizo sus votos  el año 1622.  Realizó numerosos viajes: Antillas, Virreinato del Perú, Nueva España y Centroamérica, y en 1653 terminó su monumental Historia del Nuevo Mundo, fruto de una constante y minuciosa labor de ocho lustros. Sin embargo, esta descomunal obra quedó inédita y en gran parte se perdió. Por fortuna para la historiografía científica se conservó la primera parte: 14 libros sobre la historia natural de aquellos territorios. El jiennense falleció en Lima en 1657.
 En la obra de Cobo siempre se muestra un gran interés por el ambiente en el que se desarrollan la vegetación y las especies animales. Tal es así que, la mejor manera que tiene de describir los “temples”, “grados” o “andenes” de los Andes es hacerlo mediante su vegetación. Esto permite considerarle, en buena medida, pionero de la geobotánica.
El relato de Bernabé Cobo es eminentemente ecológico, zoogeográfico y, muy especialmente, fitogeográfico; no realiza descripciones de las especies vegetales de cada piso, las enumera. La finalidad del jesuita es explicar la presencia de diferentes especies vegetales en relación con la altitud y el clima.
De manera continuada refiere los distintos pisos de vegetación, desde arriba hacia abajo, dando cuenta, en cada “temple”, del clima, vegetación, fauna (indígena e importada) y asentamientos humanos más significativos.
El jesuita caracteriza nominalmente varios pisos de vegetación ( “puna brava”, “medio yunca”, etc.), da detalles climáticos (humedad y temperatura) de los temples, —en los que enumera los vegetales propios del Perú y españoles—,  diferencia cada piso de vegetación del precedente por la presencia de alguna especie, cita numerosos accidentes geográficos y asentamientos humanos de cada temple y, finalmente, su información es extraordinariamente interesante para comprobar el grado de aclimatación de las especies que llevaron los españoles.

03 diciembre, 2010

Inicios de la hidroterapia

La terapéutica hidrológica tuvo una gran importancia durante todo el siglo XIX. Un balneario era un centro de descanso y distracción para algunos grupos sociales y un lugar donde existía la posibilidad de curar ciertas dolencias, hechos ambos que quedan reflejados en numerosas páginas literarias. En muchas novelas españolas de la época se aprecian algunas de las características del balneario, español o extranjero, y de la cura balnearia.
Durante el siglo XVIII hubo varios intentos por parte de los médicos españoles de estudiar las fuentes naturales de nuestro país mas, sin embargo, los conocimientos científicos sobre las aguas mineromedicinales españolas eran escasos al iniciarse el siglo XIX y el estado de abandono completo en el que se encontraba la mayor parte de las fuentes no se modificó hasta 1816. En ese año, un Real Decreto de Fernando VII creaba las bases de lo que iba a ser el Cuerpo de Médicos de Baños.
Este fue el punto de partida de la creación, el año siguiente, del cuerpo de Médicos-Directores de estos establecimientos, con lo que tanto “la creación del Cuerpo como el Reglamento de Baños de 1817 convirtieron el balnearismo en una actividad intensamente medicalizada”.
 Además hubo, por parte de la casa regia, un impulso a los balnearios ya que los miembros de la misma veían con buenos ojos las actividades terapéuticas de estos centros: sabemos que Fernando VII estuvo unos días en el de Arnedillo para mitigar unas dolencias que tenía en una pierna y que su segunda esposa, Isabel de Braganza, fue a tomar unos baños a Sacedón, que se denominó Isabela en su honor, centro que visitaba asiduamente buscando la curación de su gota. Asimismo, en 1826, llevó a su tercera esposa, María Josefa Amalia de Sajonia, al balneario conquense de Solán de Cabras.
Durante gran parte del siglo XIX la mayoría de los directores de los balnearios ejercían su cargo como interinos en establecimientos de segunda fila, es decir, en aquellos que habían sido declarados de utilidad pública pero que tenían pocos agüistas. Los que pertenecían al Cuerpo de Médicos Directores trabajaban en los balnearios más importantes y con mayor concurrencia de bañistas.

12 noviembre, 2010

Pioneras de la ciencia

Sabemos que las primeras licenciadas universitarias españolas cursaron Medicina, realizaron sus estudios en la Universidad de Barcelona, los completaron en 1882 y se llamaban Dolores Aleu y Riera y Martina Castells y Ballespí. Een octubre de ese mismo año lo consiguió Elena Maseras y Ribera. La noticia de este hecho es todo un acontecimiento, la prensa las felicita pero, son cosas de la época, tienen que pedir permiso para poder realizar los estudios de doctorado. Les fue concedido y Aleu y Castells se convirtieron en las primeras españolas que alcanzaron el máximo Grado académico.
Sin embargo, el revuelo ante una situación tan “anómala” conmocionó a una buena parte de la sociedad española ya que S.M. el Rey, oído el Consejo de Instrucción Pública, dispuso que, a partir de entonces, no se permitiera la admisión de señoritas en la Universidad. Desde 1868 hasta 1900, 25 universitarias alcanzaron el Grado de Licenciadas, 19 más lo intentaron. A pesar de todo esto, no es infrecuente leer que María Goyri fue la primera universitaria española, cuando en realidad, esta excepcional mujer, inició sus estudios superiores en el curso 1892-1893.
Lo cierto es que, independientemente de lo que pensaran los españoles, Dolores Aleu fue admitida en 1882 como miembro de la Sociedad Francesa de Higiene y fue felicitada cordialmente por haber sido la primera mujer que entró a formar parte de una de las más importantes corporaciones científicas francesas. En España, su colega Martina Castells no pudo ingresar en la Sociedad Ginecológica Española.
Estas mujeres fueron una excepción que duró mucho tiempo. Baste decir que, en los dos primeros lustros del siglo XX, España dio a la cultura tres licenciadas, dos en Medicina y una en Farmacia, aunque lo intentaron 33. La situación desde el punto de vista comparado era algo mejor en otros lugares; en 1892, en la Sorbona había casi 2000 estudiantes en la Facultad de Ciencias, entre los que se encontraban 23 alumnas, y una de ellas valía por todas, y por todos, Marie Curie.

05 noviembre, 2010

Amusco y la circulación pulmonar

Juan Valverde de Amusco (ca. 1525-ca. 1588) fue un médico del siglo XVI nacido en la localidad palentina a la que hace referencia su segundo apellido. Estudió en Padua y en Pisa, donde tuvo como maestro de anatomía a Realdo Colombo (1516-1559). En Roma ejerció la docencia en el hospital del Espíritu Santo, colaboró con su maestro en el arte de la disección anatómica y publicó en 1556 la obra que lo ha inmortalizado, la famosa Historia de la Composición del Cuerpo Humano.
Hay que tener en cuenta que el tratado del médico de Amusco fue la obra de anatomía que tuvo mayor difusión en la Europa del siglo XVI: sabemos con seguridad que fue traducida al italiano en 1559 y que desde 1586 hasta 1608 vieron la luz en Venecia al menos cinco ediciones, una en latín; es más, en el siglo XVIII se tradujo al griego.
 Es preciso decir que Valverde describe, en su libro citado antes, la circulación pulmonar. Si tenemos en cuenta la fecha de publicación del libro (1556), no puede atribuírsele la prioridad en el descubrimiento; tres años antes había aparecido la primera descripción de la circulación pulmonar en una obra teológica, la Christianismi Restitutio de Miguel Serveto (1511-1553). Sin embargo, es muy probable que la mayor parte de los científicos de su tiempo que supieran de la existencia de la circulación menor lo hicieran en el libro de Valverde, muy difundido en su tiempo, antes que en una obra de teología.